Solapamientos (Ilusiones intelectivas II)




1. So­la­pa­mien­tos sen­so­ria­les


          René Ma­grit­te (1, 2, 3, 4, 5) en Los Sim­psons (tem­po­ra­da 19, epi­so­dio 14: “Con n de nerd”).


Quino, Ma­fal­da, Libro 2.


En ilu­sio­nes in­te­lec­ti­vas an­te­rio­res, re­pa­se­mos, tu­vi­mos una son­ri­sa con den­ta­du­ra in­ma­cu­la­da sin re­nun­ciar a la de­gus­ta­ción (o tam­bién: tu­vi­mos todas las ven­ta­jas de una de­gus­ta­ción y nin­gu­na de sus des­ven­ta­jas). Tu­vi­mos un ar­chi­vo ve­ro­sí­mil de car­tas sin por eso pri­var­lo de una caída es­pec­ta­cu­lar. Lle­nan­do un ca­rri­to sin re­nun­ciar a la for­ma­ción com­ple­ta de las gón­do­las, nues­tros pro­duc­tos tu­vie­ron asis­ten­cia per­fec­ta ahí donde pu­die­ran caber o ser ex­hi­bi­dos. Evi­ta­mos dis­cri­mi­nar sin re­nun­ciar a sus efec­tos: bajo lo “ge­ne­ral” ca­te­go­ri­za­mos al sec­tor que di­fe­ren­cia­mos del resto para co­brar­le más. Su­pi­mos cómo se veía una pan­ta­lla Acme sin re­nun­ciar a estar vien­do la nues­tra, que se tomó en serio lo de ser una ven­ta­na al mundo (donde había otra ven­ta­na al mundo). Por úl­ti­mo, pu­di­mos lavar la misma re­me­ra en dos la­va­dos si­mul­tá­neos para no re­nun­ciar a una com­pa­ra­ción per­fec­ta.
Como se ve, estas ilu­sio­nes con­cep­tua­les com­par­ten el haber sido un canje com­pla­cien­te y ven­ta­jo­so (de ahí tal vez que hu­bie­ra tan­tos ejem­plos de pu­bli­ci­da­des): un combo de dos vir­tu­des mu­tua­men­te ex­clu­yen­tes, en lugar del sa­cri­fi­cio de una de ellas en la elec­ción de la otra. Es la ilu­sión de la ven­ta­ja per­fec­ta (lo­grar tener la chan­cha, los 20 y la má­qui­na de hacer cho­ri­zos), ob­te­ni­da con la su­pera­ción, igual­men­te ilu­so­ria, de una con­tra­dic­ción in­su­pe­ra­ble, la de una bi­lo­ca­ción (o sea, lo­gran­do estar en la misa y en la pro­ce­sión).

A di­fe­ren­cia de las an­te­rio­res, las ilu­sio­nes sen­so­ria­les de los nue­vos epí­gra­fes son, siem­pre den­tro de una si­tua­ción, can­jes con efec­to neu­tro y de ope­ra­to­ria vana, como la re­ver­sión de un ca­pi­cúa. Para des­co­no­ci­mien­to, frus­tra­ción o per­ple­ji­dad de sus ar­tí­fi­ces, el cua­dro de Mel Pa­ti­ño, el ¡BANG! de Su­sa­ni­ta y el sueño de X, res­pec­ti­va­men­te, so­la­pan (o son so­la­pa­dos por) algo idén­ti­co o con­fun­di­ble­men­te si­mi­lar, como en una si­me­tría pa­lin­dro­má­ti­ca.
La ilu­sión cabal con­sis­te en no ad­ver­tir el so­la­pa­mien­to. No lo ad­vier­te la no asus­ta­da Ma­fal­da, que no es­cu­cha algo di­fe­ren­te al dis­pa­ro del cow­boy (tal vez she­riff). En cam­bio, el so­la­pa­mien­to sus­ti­tu­ti­vo que hace del pai­sa­je el cua­dro de Mel Pa­ti­ño está a medio ca­mino de no ser ad­ver­ti­do; el ca­ba­lle­te vi­si­ble, entre otras no­to­rie­da­des, puede ser visto como una im­per­fec­ción en el truco, un sa­bo­ta­je a la ilu­sión, pero tam­bién como un cal­cu­la­do aviso de que el so­la­pa­mien­to bien po­dría, con no mucho más es­me­ro en la mi­me­ti­za­ción, no ser ad­ver­ti­do (a eso jue­gan mejor los ori­gi­na­les de Ma­grit­te, que por ser cua­dros dan más tiem­po –el de una con­tem­pla­ción– que la rá­pi­da se­cuen­cia ani­ma­da que los ho­me­na­jea, que para mos­trar la ilu­sión com­pen­sa el menor tiem­po y el se­gun­do plano con un menor di­si­mu­lo).

2. So­la­pa­mien­tos glo­ba­les y so­la­pa­mien­tos par­ti­cu­la­res

        «An­ti­gua­men­te Chuang Chou (Chuang-tzu) soñó que era una ma­ri­po­sa. Re­vo­lo­tea­ba go­zo­sa; era una ma­ri­po­sa y an­da­ba muy con­ten­ta de serlo. No sabía que era Chou (Chuang-tzu). De pron­to se des­pier­ta. Era Chou y se asom­bra­ba de serlo. Ya no le era po­si­ble ave­ri­guar si era Chou que so­ña­ba ser ma­ri­po­sa, o era la ma­ri­po­sa que so­ña­ba ser Chou. Chou y la ma­ri­po­sa son cosas bien di­fe­ren­tes. Así es el mu­dar­se de las cosas.»
          En Chuang-Tzu, Monte Ávila Edi­to­res, Ca­ra­cas, 1991, p. 22; Libro Pri­me­ro, “In­te­rio­ri­da­des”, Ca­pí­tu­lo 2, “Iden­ti­dad de los seres”, pa­rá­gra­fo 13.

        «Ahora, Kitty, con­si­de­re­mos quién fue el que soñó todo esto. (...) Mira, Kitty, de­be­mos haber sido yo o el Rey Rojo. ¡Él era parte de mi sueño, por su­pues­to...! ¡Pero en­ton­ces yo era parte de su sueño, tam­bién! ¿Fue el Rey Rojo, Kitty?»
          Lewis Ca­rroll, A tra­vés del es­pe­jo y lo que Ali­cia en­con­tró allí, Ca­pí­tu­lo XII (en Lewis Ca­rroll, Los li­bros de Ali­cia, Best Edi­cio­nes y Edi­cio­nes de la Flor, Bue­nos Aires, 1998, p. 224).

Como los eclip­ses, los otros so­la­pa­mien­tos tam­bién pue­den ser to­ta­les (glo­ba­les) o par­cia­les (par­ti­cu­la­res), según in­vo­lu­cren el ca­rác­ter de la si­tua­ción en­te­ra o el de al­guno de sus fe­nó­me­nos miem­bro (un frag­men­to de pai­sa­je ta­pa­do por un re­tra­to exac­to en la es­ce­na de un des­can­so, por ejem­plo, o un ruido en un li­ving donde se mira TV). Quie­ro decir que a veces una si­tua­ción no es el ám­bi­to de un canje con efec­to neu­tro y de ope­ra­to­ria vana, sino ella en­te­ra su ob­je­to, la mo­ne­da misma de cam­bio.
Se trata de la in­de­ci­di­bi­li­dad de no poder asig­nar­le a la si­tua­ción una de dos ín­do­les mu­tua­men­te ex­clu­yen­tes. Ya no está en juego un qué se ve o un qué se es­cu­cha, como en los so­la­pa­mien­tos sen­so­ria­les re­cién co­men­ta­dos, sino un qué se con­si­de­ra que es lo que se ve o se es­cu­cha: si es la si­tua­ción de un so­ña­dor o la de un so­ña­do (a los casos tan cons­pi­cuos de los epí­gra­fes se puede agre­gar el re­la­to “Sueño in­fi­ni­to de Pao Yu”, de Tsao Hsue-King); si es la si­tua­ción de una fic­ción li­te­ra­ria o la de la reali­dad lec­to­ra que se su­po­ne la con­tie­ne (en “Con­ti­nui­dad de los par­ques”, de Julio Cor­tá­zar, el lec­tor es la víc­ti­ma; en un chis­te de Quino, el lec­tor es el ase­sino); si es la si­tua­ción de un es­ce­na­rio o la de pla­teas y pal­cos; si es la si­tua­ción de un arri­ba (“Yo estoy al de­re­cho...”) o la de un abajo (“...dado vuel­ta estás vos”, canta Sumo en “El cie­gui­to vo­la­dor”); si es la si­tua­ción de una iden­ti­dad o la de su doble; etc.
La pro­ble­má­ti­ca de una con­si­de­ra­ción hace que estos so­la­pa­mien­tos glo­ba­les (o de si­tua­ción) sean con­cep­tua­les, de los que tam­bién hay par­ti­cu­la­res (o de fe­nó­me­nos pre­sen­tes en una si­tua­ción).

3. So­la­pa­mien­tos con­cep­tua­les


          Los Sim­pson, tem­po­ra­da 6, epi­so­dio 19: “La boda de Lisa”.
          Los Sim­pson, tem­po­ra­da 7, epi­so­dio 23: “¿Y dónde está el in­mi­gran­te?”.

        «Una in­cer­ti­dum­bre final, esta vez de orden me­ta­fí­si­co. Acep­ta­da la tesis de Za­rat­hus­tra, no acabo de en­ten­der cómo dos pro­ce­sos idén­ti­cos dejan de aglo­me­rar­se en uno. ¿Basta la mera su­ce­sión, no ve­ri­fi­ca­da por nadie? A falta de un ar­cán­gel es­pe­cial que lleve la cuen­ta, ¿qué sig­ni­fi­ca el hecho de que atra­ve­sa­mos el ciclo trece mil qui­nien­tos ca­tor­ce, y no el pri­me­ro de la serie o el nú­me­ro tres­cien­tos vein­ti­dós con el ex­po­nen­te en dos mil? Nada, para la prác­ti­ca –lo cual no daña al pen­sa­dor. Nada, para la in­te­li­gen­cia –lo cual ya es grave.»
          Jorge Luis Bor­ges, His­to­ria de la eter­ni­dad, pá­rra­fo final de “La doc­tri­na de los ci­clos”.

Em­pe­ce­mos por el ter­cer epí­gra­fe de esta serie, que es el único de los tres que apli­ca la ilu­sión a la si­tua­ción en­te­ra, no a un fe­nó­meno que la in­te­gre (como un can mi­to­ló­gi­co o uno común, por ejem­plo; o como una pie­dra es­pan­ta-ti­gres o una común).
Antes de la res­pues­ta en dos par­tes, la pre­gun­ta podía ser re­tó­ri­ca, es decir, podía con­te­ner su pro­pia res­pues­ta. Y tam­bién un poco des­pués, por­que com­pro­ba­mos que la res­pues­ta ex­ter­na tiene el mismo sen­ti­do que la in­ter­na, sólo que más dis­cri­mi­na­do. A falta de una ins­tan­cia ex­ter­na donde se lleve la cuen­ta (es decir, a falta de una me­mo­ria), no se puede dis­tin­guir (=no sig­ni­fi­ca nada) un nú­me­ro de otro de ci­clos cur­sa­dos, del pri­me­ro al enési­mo, lo cual vuel­ve vana la idea misma de estar atra­ve­san­do algún ciclo. Pero pue­den dis­tin­guir­se dos re­cep­to­res de esa va­ni­dad, la prác­ti­ca y la in­te­li­gen­cia, cada cual con su pro­pio efec­to sobre el pen­sa­dor, que de la pri­me­ra nada sale in­dem­ne y de la se­gun­da con algún daño grave, de esos que lo pre­ci­pi­tan im­pen­sa­da­men­te a la es­tu­pi­dez. De­ten­gá­mo­nos en cada caso.
Ante lo in­dis­tin­ta­men­te can­jea­ble de una afir­ma­ción y su ne­ga­ción, como es ca­rac­te­rís­ti­co de una pro­po­si­ción tan irre­fu­ta­ble como in­de­mos­tra­ble, la prác­ti­ca no se ve da­ña­da con ese ejer­ci­cio, tan inú­til –de nuevo– como la re­ver­sión de un ca­pi­cúa. Agre­go: no le hace di­fe­ren­cia ni la daña, salvo por el hecho de que, a los fines de com­pro­me­ter fuer­zas, no es lo mismo ins­cri­bir nues­tra prác­ti­ca que no ins­cri­bir­la en tal o cual creen­cia, como puede ser la de una his­to­ria uni­ver­sal eter­na­men­te re­tor­nan­te o la de una pie­dra o una pa­tru­lla efi­ca­ces (en lugar de su­per­fluas –para la prác­ti­ca– y ti­ma­do­ras –para la in­te­li­gen­cia–); no se puja igual por una creen­cia que por otra, y menos aun si esa otra es su neu­tra­li­za­ción.
La neu­tra­li­dad que tiene para la prác­ti­ca esa falta de di­fe­ren­cia sig­ni­fi­ca­ti­va y sig­ni­fi­ca­do­ra (esa in­sig­ni­fi­can­cia de di­fe­ren­cia e in­di­fe­ren­cia de sig­ni­fi­ca­ción, si se me per­do­na el vai­vén) está en la base de la gra­ve­dad que tiene para el pen­sa­dor: si da lo mismo hacer una cosa o la otra, las afir­ma­cio­nes con­tra­dic­to­rias en las que se apo­yan esas ju­ga­das in­frin­gen el prin­ci­pio de la na­va­ja de Ockham de no mul­ti­pli­car in­ne­ce­sa­ria­men­te las en­ti­da­des (como pa­re­ce ser la impu­tación con­tra esa apa­ra­to­sa ca­de­na de ci­clos in­dis­cer­ni­bles que es el Eterno Re­torno).
La razón de esa res­tric­ción, creo, es ener­gé­ti­ca: sólo la pro­duc­ción de una di­fe­ren­cia jus­ti­fi­ca un gasto, como el de un pen­sa­mien­to; es inú­til y es sun­tua­rio el gasto que con­si­gue lo mismo que ya se tiene. De ahí tal vez que en otra ver­sión del prin­ci­pio haya una con­de­na a ese de­rro­che: entre dos teo­rías de igual po­ten­cia ex­pli­ca­ti­va y pre­dic­ti­va, hay que pre­fe­rir la más sim­ple (no, por ejem­plo, la que diga que en lugar de un co­ne­jo hay “un ca­ba­llo con ca­be­za de co­ne­jo y cuer­po de co­ne­jo” que “se aleja ga­lo­pan­do”; o que en lugar de un perro común hay “un mi­to­ló­gi­co can de dos ca­be­zas que nació con sólo una ca­be­za”).
Re­don­dee­mos. En los casos de afir­ma­cio­nes tan in­de­mos­tra­bles como irre­fu­ta­bles, pia­do­sa­men­te in­de­ci­di­bles, se atri­bu­ye un efec­to (ob­ser­va­ble: el de no haber osos o ti­gres, el de haber un perro y un co­ne­jo; con­je­tu­ral: el de estar en algún ciclo) a una ac­ción, siem­pre con­je­tu­ral, lo sea o no su agen­te (no lo son la pa­tru­lla ni la pie­dra, sí lo son el uni­ver­so re­tor­nan­te, “lo raro entre lo raro” y “las ti­nie­blas de la His­to­ria”). Para Lisa, la atri­bu­ción que hace Ho­me­ro es “au­to­com­pla­cien­te” y las que hace Gor­gory son su­per­fluas, como para Bor­ges la que hace Nietzs­che.

3.1. Tri­bu­na flas­he­ra I: úl­ti­mo so­la­pa­mien­to


          Flas­hes de­trás del arco en el penal que Abreu pica con­tra Ghana (Su­dá­fri­ca 2010, cuar­tos de final). Frag­men­to sa­ca­do de la emi­sión del 2 de julio de 2010 de 6-7-8 (Canal 7).

        Flas­hes en los ins­tan­tes pre­vios al co­mien­zo del re­ci­tal de Luis Al­ber­to Spi­net­ta, el 4 de di­ciem­bre de 2009, en el es­ta­dio de Vélez Sars­field. Tam­bién dis­po­ni­ble en video.


Como puede apre­ciar­se, mu­chos lle­van su fe en el flash más allá de los 5 me­tros de os­cu­ri­dad. Son una mul­ti­tud dis­per­sa que actúa como si el mundo fuera otro, o por sus leyes fí­si­cas o por sus cá­ma­ras de fotos. Desde ya, el des­fa­se no les cues­ta la vida, como a los que se creen Su­per­man desde un piso 15. In­clu­so tiene mu­chas chan­ces de per­du­rar; en ge­ne­ral, lo viene ha­cien­do hace tiem­po y en mu­chos si­tios muy di­fe­ren­tes. Basta que uno vea sus fotos y no ad­vier­ta, por ejem­plo, que la ilu­mi­na­ción de todo un es­ta­dio está su­plien­do la in­efi­ca­cia de ese fo­go­na­zo corto, para que la su­pers­ti­ción salga ai­ro­sa.
Para quien no las dis­tin­gue, una ilu­mi­na­ción so­la­pó a la otra como el ¡BANG! del va­que­ro al de Su­sa­ni­ta. El es­fuer­zo para sos­te­ner esa creen­cia, que acá es nulo o ín­fi­mo, es má­xi­mo desde un poco antes de la de­cep­ción (des­pués de va­rias fotos tan os­cu­ras como las que no tie­nen flash) o de la vergüenza (des­pués de en­te­rar­nos de cómo es la cosa). De ahí en más el es­fuer­zo aflo­ja hasta el mero des­cré­di­to, el aban­dono de una creen­cia, la ha­bi­li­ta­ción de una nueva in­ge­nui­dad por la inocen­cia per­di­da. Nada grave: en el peor de los casos, podrá ser bo­chor­no­so, pero com­pa­ra­do con otros des­cen­sos y sus pre­ci­pi­cios, una foto negra y una con­fian­za per­di­da no son pea­jes caros para haber sa­li­do de una ilu­sión.

En el nuevo so­la­pa­mien­to se in­vier­te la se­cuen­cia de razón y ac­ción desa­ti­na­das que pre­sen­ta­ron los an­te­rio­res: en lugar de un “Por­que veo, creo” (vi­nien­do tal vez de un apos­tó­li­co “Ver para creer”), ahora hay un “Por­que creo, veo”. Íba­mos de la evi­den­cia a la creen­cia; ahora vamos de la creen­cia a la evi­den­cia. Se sabe que una ex­pec­ta­ti­va, ya de por sí mí­ti­ca, es más alu­ci­na­to­ria cuan­to más in­ten­sa o ne­ce­si­ta­da (al­tu­ras de las que cae des­ga­rran­do, cuan­do cae).
Esta in­ver­sión es la úl­ti­ma di­fe­ren­cia que me in­tere­sa hacer entre unas y otras ilu­sio­nes con­cep­tua­les. ¿Qué com­par­ten? Como con los clá­si­cos es­pe­jis­mos de de­sier­to, cada ilu­sión triun­fan­te su­pu­so una falla de in­te­li­gen­cia, de dis­cer­ni­mien­to, haya sido o no uno so­bor­na­do con la sa­tis­fac­ción ima­gi­na­ria de un deseo o una ne­ce­si­dad (si es que me­ra­men­te no fue torpe, in­ge­nuo o dis­traí­do). Las con­se­cuen­cias pue­den ir desde una de esas sa­tis­fac­cio­nes hasta al­gu­na tra­ge­dia que ame­ri­te un pre­mio Dar­win, pa­san­do por la neu­tra­li­dad de un so­la­pa­mien­to entre clo­nes (el cam­bio sin efec­to, sería el oxí­mo­ron). Una dulce men­ti­ra, un pre­cio alto y una no­ve­dad tra­ga­da por la igual­dad, por la fata de al­gu­na di­fe­ren­cia en la que con­sis­tir.
Para ter­mi­nar, vol­va­mos a un caso de dulce men­ti­ra con el mismo mo­ti­vo de este so­la­pa­mien­to neu­tro.

4. Tri­bu­na flas­he­ra II: re­torno a un canje com­pla­cien­te

            Los Sim­psons, tem­po­ra­da 9, epi­so­dio 25: “Marge, puedo dor­mir con el pe­li­gro”.

Los fo­go­na­zos en la foto y en el video de la can­cha de Vélez son un re­gis­tro di­rec­to; los del es­ta­dio de Spring­field, una com­po­si­ción. Los que crea­ron la es­ce­na se en­fren­ta­ron, por un lado, a la ne­ce­si­dad de tener un día claro por donde pa­sear a los Sim­pson des­nu­dos y, por otro lado, a la ne­ce­si­dad de hacer notar que hay dis­pa­ros de fotos en las tri­bu­nas cir­cun­dan­tes. En teo­ría, una ne­ce­si­dad debía ha­cer­les re­nun­ciar a la otra; en la prác­ti­ca, esa op­ción no fue ne­ce­sa­ria. La sa­tis­fac­ción de lo que se es­pe­ra vol­vió a pri­mar sobre el rigor de lo que se ra­zo­na; ra­zo­ne­mos el canje.
Con plena luz de día nadie pone un flash ma­nual ni se ac­ti­va el au­to­má­ti­co que pro­ba­ble­men­te la ma­yo­ría use, como tam­po­co se­rían au­di­bles los dis­pa­ros a esa dis­tan­cia. Pero esa ima­gen y ese so­ni­do, a cam­bio de no ser rea­lis­tas, son más efi­ca­ces que cual­quier otro combo para sig­ni­fi­car la ac­ción de sacar una foto. (De sen­ti­dos como éste está hecha una es­ce­na, tanto una com­pues­ta como una re­gis­tra­da, y no de even­tos cru­dos, de cosas que de tan puras o in­tac­tas no lle­gan a ser o a tener un signo, es decir, una vi­si­bi­li­dad, una pre­sen­cia o una exis­ten­cia de­tec­ta­bles.)
Aquel a quien va di­ri­gi­da esa sig­ni­fi­ca­ción, el es­pec­ta­dor, es ahora el su­je­to de la ilu­sión con­cep­tual, ya no el que saca la foto, el actor (que hace de es­pec­ta­dor de un par­ti­do y que de­ma­sia­do “iluso” sería si usara flash para esa dis­tan­cia y con luz na­tu­ral –lo que antes era inú­til por in­su­fi­cien­te ahora lo es por in­ne­ce­sa­rio). Para ese su­je­to, no hay so­la­pa­mien­to em­pa­ta­do sino be­ne­fi­cio: la es­ce­na gana in­te­li­gi­bi­li­dad gra­cias a ese ab­sur­do, como en los casos de “Bo­qui­tas pin­ta­das” y afi­nes.

Hay 4 comentarios:

Lucas
1 3 de septiembre de 2010, 20:44

Muy interesante (el blog en general y las disquisiciones sobre ilusiones intelectivas en particular.) Lo de Lisa y la piedra para ahuyentar tigres es un ejemplo memorable.

Se me ocurren (y ya que estamos, comparto) dos ejemplos de solapamiento que pueden ser interesantes. Uno lo debés conocer pero me gusta mucho. Aparece mencionado por Borges en “La creación y P.H. Goose”

“En el capítulo IX del libro The Analysis of Mind (Londres, 1921) [ B. Russell] supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que "recuerda" un pasado ilusorio.”

El otro es un poco más pop, de la serie The Sandman de Neil Gaiman. Allí uno de los personajes hace a otro un extraño regalo: “Te concedo vida hasta la muerte”. Supongo que va en la línea del “caballo con cabeza de conejo y cuerpo de conejo”

Saludos y felicitaciones por el blog


el Zambullista
2 26 de septiembre de 2010, 19:52

Muchas gracias por el comentario y los aportes, Lucas.
Es curioso lo que me pasó en su momento con esa humanidad de antiguos recuerdos recién implantados. Para decirlo rápidamente, es una idea con la que me crucé tarde. Entre las que la precedieron en esa línea está la de la piedra espanta-tigres. Es un chiste al que siempre vuelvo, acaso porque es el que me supo pegar primero además de bien (y ni bien estuve especialmente receptivo a ese tipo de impactos, lo que ocurrió gracias a unas divagaciones sobre las paradojas que venía haciendo entonces y todavía continúo). Fue como un casting ideal, con un hallazgo alto y rápido del actor que necesitaba para el rol en el que venía pensando, el de afirmación tan indemostrable como irrefutable. (Con otra cita ubicua, Borges sí aportó a la formulación o el versionado del tema antes y mejor que otros –tal vez incluso que Hume–; escribe, por ejemplo, en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”: “Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción”.) Algo similar, y probablemente contemporáneo, me pasó con el argumento de las rocas calladas que vi en la tele. Pero con el de Russell, como te decía, me crucé ya tarde, y no tan fuerte como para compensar que en vez de ser novedad era confirmación: coleccionable, pero (ya o todavía) no atesorable. De imagen titular me quedó la de la piedra espanta-tigres.

El segundo ejemplo de solapamiento que das me hizo recordar una frase atribuida a Mick Jagger, que usé de epígrafe en otro ensayo: “No te preocupes por tu corazón; dura toda la vida”. También me hizo releer otro ensayo posteado, donde imagino que mueren aquellos a los que se les profetiza la hora de su muerte.
Unas palabras sobre la línea que, como vos, supongo que comparten ese “extraño regalo” de conceder vida hasta la muerte y el caballo con cabeza de conejo y cuerpo de conejo. Por supuesto, el efecto de esa concesión es tan ocioso como el efecto de aquella profecía y el de esta definición del esquilax, pero tal vez en razón de operaciones diferentes. Y ya que hablo de “operaciones”, voy a tratar de hacerme entender con cuentas. Al personaje de “The Sandman”, que tiene 5 (puntos de vida), le suman cero y queda igual; al esquilax, que tiene 5 (puntos de identidad equina), le restan 5 (2,5 de cabeza y 2,5 de cuerpo, o la proporción que prefieras) y queda en cero. Al cabo de estas operaciones, es tan nulo afirmar que al personaje se le agregó algo de vida como afirmar que el caballo conserva algo de caballo, además del rótulo. En el primer caso, el cero que decide esa nulidad está en la cuenta (una suma); en el segundo, en el resultado (de una resta, con sustitución de lo restado, a diferencia de las restas que vacían a una banqueta sin patas a la que le falta el asiento, a una montaña sin laderas, a un río sin riberas).

Estos argumentos son parte de lo que resultó de pensar en la diferencia entre el regalo vano y la definición autovaciada, aun cuando vayan en la misma línea. La otra parte está formando un ensayo nuevo desde entonces (vuelven Alicia y el Sargento García). La idea original era linkearlo desde acá. Como no es posible editar un comentario, antes de publicar esta respuesta necesitaba postear el ensayo, para copiar su URL y pegarla como enlace acá. Pero parece que no es bueno hacer depender algo que tiene plazos cortos (como la respuesta a un comentario) de algo en lo que no tengo plazos (como la elaboración de un ensayo). Así que opté por contestarte aunque no haya terminado de escribir lo otro, y linkear otra vez a futuro.


Milo Garret
3 1 de junio de 2018, 19:51

Respuesta a el Zambullista:

Vuelvo a este post, que me sigue pareciendo deslumbrante, releo tu respuesta a mi comentario de hace ya varios años, y descubro que nunca seguí ese diálogo (quizás simplemente no se me ocurrió nada). Se me ocurre como un juego seguir este diálogo imposiblemente diferido, sin saber siquiera si el interlocutor sigue ahí, con otro solapamiento conceptual borgeano:

Un esclavo robó un billete carmesí, que en el sorteo lo hizo acreedor a que le quemaran la lengua. El código fijaba esa misma pena para el que robaba un billete. Algunos babilonios argumentaban que merecía el hierro candente, en su calidad de ladrón; otros, magnánimos, que el verdugo debía aplicárselo porque así lo había determinado el azar…

("La lotería en Babilonia", claro)

Capaz ya lo comentaste en algún otro ensayo. Ahora estoy poco lúcido como para tratar de pensar un significado, pero evidentemente hay resonancias políticas que quizás no solo sean irónicas (en el relato de Borges, digo)

Impecable la explicación matemática de la diferencia entre conceder vida hasta la muerte (sumar cero) y el equilax (restar 5). Hace poco, en una clase, cité el Equilax a propósito de un poema de César Vallejo:

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
("Y si después de tantas palabras...")

Mi sensación igual feu que nadie entendió el chiste (o quizás mi lectura es desacertada y aquí tampoco hay una correspondencia).

En fin, citar el Equilax y encontrar este premio/castigo releyendo a Borges me trajo inevitablemente por acá. Como dije antes estoy poco lúcido ahora mismo y no sé si esta carta llegará a destino. Así que dejo por hoy pero me prometo volver a volver volviendo


el Zambullista
4 6 de mayo de 2019, 13:44

Respuesta a Milo Garret:

La carta llegó a destino, aunque le costó. Cumplí nomás cuando quieras la promesa de volver a volver volviendo, que en todas las vueltas vas a ser bienvenido. Puede pasar que la bienvenida llegue casi 1 año después que la venida, pero llega. Disculpas de nuevo por la demora. La mitad fue porque (lo constaté en el inbox del correo) no me llegó la notificación de tu comentario. La otra mitad fue porque la respuesta al comentario se volvió ensayo y los tiempos de un ensayo son más largos que los de una respuesta, lo que los hace proporcionalmente menos sociables. El ensayo se llama "El billete carmesí (Solapamientos, Parte II)" y lo que contesto de tu comentario lo puse de epígrafe.

De lo que me falta contestar por acá, empiezo agradeciéndote mucho lo que te sigue pareciendo “Solapamientos” y lo que te parece «la explicación matemática» de mi comentario anterior.
Tengo que admitir que yo tampoco veo la correspondencia entre el esquilax y los ojos con mucha pena del poema de Vallejo. Pero sé por experiencia que es muy probable que me falte darme cuenta de algo. Por suerte tengo tiempo hasta la próxima vuelta.