De excepciones fatales y residencias liminales



1.

Hay ne­ce­sa­rie­da­des de­fi­ni­to­rias: por de­fi­ni­ción de lo que es un trián­gu­lo, la suma de sus án­gu­los no puede no ser igual a dos án­gu­los rec­tos. Hay im­po­si­bi­li­da­des de­fi­ni­to­rias: por de­fi­ni­ción de lo que es un trián­gu­lo, no puede haber uno cuyos lados midan 2, 3 y 5 cm, por ejem­plo. No sé si tam­bién al revés, pero todo ab­sur­do es una im­po­si­bi­li­dad de­fi­ni­to­ria. Y lo es por­que pro­vo­ca o im­pli­ca una ca­ren­cia in­to­le­ra­ble para el con­cep­to en cues­tión.

2.

            Frag­men­to de “Océa­nos de vida”, do­cu­men­tal de la serie El ca­mino de la vida.

Su­pon­ga­mos que un con­cep­to es un grupo coope­ra­ti­vo de ideas, como una ba­lle­na azul lo es de cé­lu­las. En ese rol coope­ra­ti­vo, las ideas se vuel­ven ras­gos cons­ti­tu­ti­vos del con­cep­to; si ade­más se de­mues­tran ne­ce­sa­rias para que el con­cep­to sub­sis­ta, para que siga con­sis­tien­do en algo di­fe­ren­te a nada, en­ton­ces son tam­bién ras­gos de­fi­ni­to­rios del con­cep­to. Pri­var­lo de ellos le re­sul­ta­ría fatal: esta in­to­le­ran­cia vital a sus au­sen­cias o de­fec­cio­nes es lo que sig­ni­fi­ca que sean de­fi­ni­to­rios, es lo que hace que par­ti­ci­pen de –y ma­ni­fies­ten– la de­fi­ni­ción del con­cep­to. La idea de la­de­ra, por ejem­plo, juega de rasgo de­fi­ni­to­rio en el con­cep­to de mon­ta­ña, por­que una mon­ta­ña sin la­de­ra no es una mon­ta­ña. (La re­la­ción es re­mon­ta­ble: la idea de in­cli­na­ción juega de rasgo de­fi­ni­to­rio en el con­cep­to de la­de­ra, en este caso.)

3.


Dia­rio Cla­rín, 18-08-1988.


Tam­bién puede ocu­rrir que lo ne­ce­sa­rio o de­fi­ni­to­rio no sea un rasgo sino un grupo de ras­gos. Hay con­cep­tos que to­le­ran mu­ti­la­cio­nes al­ter­na­ti­vas de ras­gos cons­ti­tu­ti­vos, pero no de todos de una vez. Por ejem­plo, una ban­que­ta sin patas es to­da­vía una ban­que­ta; una resta no la anula. Una ban­que­ta sin asien­to es to­da­vía una ban­que­ta; una resta no la anula. Pero una ban­que­ta sin patas a la que le falta el asien­to da 0 como la resta 2-1-1 da 0; no es una ban­que­ta ni nada: es, si se quie­re, una nada es­pe­cí­fi­ca, una nada de ban­que­ta. (Otro ejem­plo, pre­cur­sor, es el cu­chi­llo for­mu­la­do por Georg Ch­ris­toph Li­ch­ten­berg, sin mango ni hoja.)
Si la au­sen­cia si­mul­tá­nea de esos ras­gos coope­ra­ti­vos vacía el con­cep­to, es que lo lle­nan o lo com­ple­tan cuan­do están pre­sen­tes, y que son su­fi­cien­tes cada uno de ellos y ne­ce­sa­rios en con­jun­to para que el con­cep­to en el que coope­ran pueda fun­cio­nar, para que no se vacíe en su pro­pia de­fi­ni­ción, que es lo que hace (y de­fi­ne a) un ab­sur­do.

4.

A la de­fi­ni­ción del con­cep­to de de­fi­ni­ción le cua­dran los mis­mos ri­go­res que a la de cual­quier otro con­cep­to. Pri­me­ro, vemos qué es, a qué club de cosas per­te­ne­ce: una de­fi­ni­ción es una de las cua­tro ac­cio­nes bá­si­cas que ha­ce­mos en cas­te­llano con el verbo ser, junto con una iden­ti­fi­ca­ción (“Este es Kimba”), una ca­te­go­ri­za­ción (“Esto es una pipa”), y una ca­rac­te­ri­za­ción (“Esa pipa es de­ma­sia­do corta”).
Para ver qué no es den­tro del club en el que es, hay que darle una lo­ca­li­za­ción más pre­ci­sa: una de­fi­ni­ción es una de las dos ac­cio­nes en las que el verbo ser equi­va­le a un signo de igual­dad (en la de­fi­ni­ción, entre dos cla­ses de cosas; en la iden­ti­fi­ca­ción, entre dos cosas). (Sería más exac­to decir que en estas ac­cio­nes el verbo ser equi­va­le a un signo de co-re­fe­ren­cia­li­dad entre dos ex­pre­sio­nes, sean de cla­ses o de in­di­vi­duos.) En las otras dos ac­cio­nes, el verbo ser equi­va­le a un signo de per­te­nen­cia (de un in­di­vi­duo en un con­jun­to –como el de las pipas: ca­te­go­ri­za­ción– o en un sub­con­jun­to –como el de las pipas de­ma­sia­do cor­tas: ca­rac­te­ri­za­ción–) o a un signo de in­clu­sión (de un con­jun­to en otro –ca­te­go­ri­za­ción: “Los gatos son fe­li­nos”– o en un sub­con­jun­to –ca­rac­te­ri­za­ción: “Los gatos son ági­les”–).
Si ha­ce­mos aun más pre­ci­sa la lo­ca­li­za­ción del con­cep­to, com­ple­ta­mos qué no es den­tro del club en el que es y lle­ga­mos en­ton­ces a su de­fi­ni­ción: una de­fi­ni­ción es la ac­ción en la que el verbo ser equi­va­le a un signo de igual­dad entre dos cla­ses (ni entre dos in­di­vi­duos ni signo de per­te­nen­cia o in­clu­sión). En tér­mi­nos con­jun­tis­tas, es el único miem­bro del con­jun­to uni­ta­rio de ac­cio­nes como la de­fi­ni­da, que a su vez es un sub­con­jun­to del con­jun­to de las ac­cio­nes en las que el verbo ser equi­va­le a un signo de igual­dad, que a su vez es un sub­con­jun­to del con­jun­to de las ac­cio­nes en las que el verbo ser equi­va­le a un signo, que por ser todas es igual al con­jun­to de las ac­cio­nes bá­si­cas que ha­ce­mos con el verbo ser, ba­rrio con­cep­tual al que per­te­ne­ce (en el que ca­te­go­ri­za­mos a) una de­fi­ni­ción.

5.

            El Zorro, epi­so­dio 15 de la 1ª tem­po­ra­da (“Gar­cia stands ac­cu­ses”).

Lle­ga­mos a que una de­fi­ni­ción es­ta­ble­ce una re­la­ción de igual­dad entre dos cla­ses. Por ejem­plo, la clase de los trián­gu­los es igual (es la misma: la com­po­nen los mis­mos miem­bros) que la clase de las fi­gu­ras cuyos án­gu­los in­te­rio­res suman 180º: todo lo que sea un trián­gu­lo será una fi­gu­ra con án­gu­los que suman 180º, y vi­ce­ver­sa.
El ideal de una de­fi­ni­ción es ser­vir como un ma­nual de cons­truc­ción de lo ahí de­fi­ni­do. La de­fi­ni­ción se­lec­cio­na las notas ne­ce­sa­rias de un con­cep­to, que son aque­llas cuya au­sen­cia si­mul­tá­nea vacía el con­cep­to, lo priva de lo ne­ce­sa­rio para sig­ni­fi­car algo (algo que sea dis­tin­to de una nada, como esa nada de ban­que­ta que queda des­pués de la des­crip­ción de la ban­que­ta om­ni­mu­ti­la­da).
El rasgo que se ex­cep­túa a una igual­dad (como la de “dos gotas de agua”) es el rasgo más cons­pi­cuo del Sar­gen­to. Esa ex­cep­ción con­sis­te en una in­ver­sión del rasgo en su doble, el pa­rien­te del­ga­dí­si­mo que el Sar­gen­to tiene en Mon­te­rrey. Ex­cep­to por un matiz, es como decir que esas dos ban­que­tas son idén­ti­cas salvo por el hecho de que una tiene patas y asien­to, y la otra no. Vea­mos el matiz de di­fe­ren­cia.
Son todas las par­tes en que se puede des­com­po­ner una ban­que­ta las que están res­ta­das a la vez en una de las dos ban­que­tas em­pa­re­ja­das con un signo de igual­dad, lo que nos da una nada de ban­que­ta (una anti-ban­que­ta, en lugar de una ge­me­la, un doble). En el caso del Sar­gen­to Gar­cía, la di­fe­ren­cia entre él y su pa­rien­te no es total ni mi­nu­cio­sa: en lugar de ser la resta de todos sus ras­gos ne­ce­sa­rios, es la resta de un rasgo cons­pi­cuo de cada cual y su suma al otro: la del­ga­dez debe ser un rasgo tan ca­rac­te­rís­ti­co del pa­rien­te (y uno tan ca­ri­ca­tu­res­ca­men­te exa­ge­ra­do: “...es del­ga­do como un hilo”) como la obe­si­dad lo es del Sar­gen­to Gar­cía. (A esta dis­pa­ri­dad de ras­gos ca­rac­te­rís­ti­cos, ya que no de­fi­ni­to­rios, Don Qui­jo­te y San­cho Panza le agre­gan la de sus con­tex­tu­ras fí­si­cas, igual de acen­tua­da que en otros dúos có­mi­cos, como Ab­bott y Cos­te­llo o los ex­plí­ci­tos el Gordo y el Flaco; pa­re­ce obvio que el humor es afec­to a esos con­tras­tes con­tra­dic­to­rios.)

Con esta in­ver­sión de ras­gos ca­rac­te­rís­ti­cos entre los pos­tu­lan­tes a ser idén­ti­cos, dejo los casos de ab­sur­do por res­tas, por ex­cep­cio­nes fa­ta­les (to­ta­les o par­cia­les, de­fi­ni­to­rias o sólo cons­pi­cuas, como es la única ex­cep­ción que sufre la igual­dad entre el Sar­gen­to y su pa­rien­te). Una de las ope­ra­to­rias po­si­bles para hacer esas res­tas da otro tipo de ab­sur­do (u otra pers­pec­ti­va del ab­sur­do): el ab­sur­do que ha­bi­ta en el lí­mi­te de una pro­gre­sión de res­tas in­fi­ni­ta y con­ver­gen­te, tan im­po­si­ble de re­co­rrer en su to­ta­li­dad como po­si­ble de tras­cen­der en su to­ta­li­dad (salto al lí­mi­te me­dian­te, a falta de re­co­rri­do ex­haus­ti­vo).

6.

Ima­gi­ne­mos en­ton­ces que hay un pro­to­co­lo es­pe­cí­fi­co para ope­rar esas res­tas de ras­gos en busca de los de­fi­ni­to­rios, y que desem­bo­ca en una ima­gen ne­ga­ti­va del con­cep­to: un ab­sur­do. Los ras­gos que no estén al tér­mino ideal de esa ne­ga­ti­vi­za­ción son ras­gos de­fi­ni­to­rios; no ne­ce­si­to ir de­tec­tán­do­los me­dian­te su­pre­sio­nes par­ti­cu­la­res es­can­da­lo­sas, pre­pa­ra­do para re­co­no­cer­los pero no para pre­ver­los (bue­nos sen­so­res, mal pro­ce­sa­mien­to de datos; buen sen­ti­do de la con­sis­ten­cia, mala in­te­lec­ción de los pro­ce­sos que lle­van a o se ale­jan de ella). En­tre­mos en algún de­ta­lle.
El pro­to­co­lo bus­ca­rá va­ciar el con­cep­to en trá­mi­te; mejor dicho, bus­ca­rá re­ti­rar­le las capas que lo se­pa­ran del vacío. Esas capas son sus ras­gos de­fi­ni­to­rios. Y en reali­dad no vamos a qui­tar­le las capas, sino a mos­trar­lo en una si­tua­ción donde esas capas ya no lo re­cu­bren, y el con­cep­to ex­pues­to se con­vier­te en un hueco en la su­per­fi­cie del sen­ti­do (como un agu­je­ro en una red). Esa si­tua­ción es la de un lí­mi­te. Un lí­mi­te de estos es el lí­mi­te de una su­ce­sión in­fi­ni­ta con­ver­gen­te (lí­mi­te al que no lle­gan los ras­gos que en el pro­ce­so al lí­mi­te –en la serie, en la gra­da­ción– son de­fi­ni­to­rios del con­cep­to).
No lle­va­mos el con­cep­to al lí­mi­te: una ver­sión ne­ga­da del con­cep­to re­si­de en el lí­mi­te; sólo vamos a vi­si­tar­la. Esa ver­sión es lo que es un ab­sur­do, un ver­da­de­ro ex­tre­mó­fi­lo del sen­ti­do. Esa vi­si­ta al ab­sur­do que nace y ha­bi­ta sólo en un lí­mi­te es una ma­ne­ra de ex­hi­bir un vacío con­cep­tual es­pe­cí­fi­co, pre­fe­ri­ble a la de im­po­ner­lo por la ar­bi­tra­rie­dad de un oxí­mo­ron (que es como en­can­tan o re­pe­len una mon­ta­ña sin la­de­ra, un río sin ri­be­ras o una ban­que­ta sin patas a la que le falta el asien­to, entre otros fan­tas­mas).
En de­fi­ni­ti­va, se trata de ver qué pasa con un con­cep­to cuan­do los gra­dos de una re­la­ción que lo in­vo­lu­cra son ob­ser­va­dos en el lí­mi­te de la gra­da­ción, no en su trans­cur­so. (El lí­mi­te par­ti­ci­pa de la gra­da­ción, en tanto la de­li­mi­ta, pero no per­te­ne­ce a ella: no es uno de sus gra­dos. Lo que su­ce­de en el juego no le su­ce­de al juego.) Un ejem­plo, usan­do el con­cep­to de mo­vi­mien­to, ocupa otro en­sa­yo.

Hay 2 comentarios:

Ombligo Verde
1 8 de noviembre de 2010, 23:28

Volví a zambullirme
Qué grande el Zorro, hace que se te pasen dos horas de lunes que parece domingo como si fueran dos gotas de agua en una canilla de cueritos rotos jajaja

mis saludos de plaza

A.


el Zambullista
2 9 de noviembre de 2010, 3:17

Sobre lo que dijo Ombligo Verde:

Una alegría tu regreso; muy agradecido.

Vos lo dijiste: nada como perderte en algo para que el tiempo se te pase rápido. Ojalá no se lo hayas sacado a algo importante.

Un detalle: casi al mismo tiempo que me llegaba tu comentario, le estaba agregando al ensayo una frase al final (mirá si seré lento).

Y sí, claro: saludos de plaza.