El placer de los peces




En The mea­ning of life (Monty Pyt­hon, 1983)


1. La his­to­ria.

Pez en tinta china

En la re­se­ña “Una ver­sión in­gle­sa de los can­ta­res más an­ti­guos del mundo” (Tex­tos cau­ti­vos, Tus­quets, Bar­ce­lo­na, 1986, pá­gi­na 279), Bor­ges es­cri­be:
«Hacia 1916 re­sol­ví en­tre­gar­me al es­tu­dio de las li­te­ra­tu­ras orien­ta­les. Al re­co­rrer con en­tu­sias­mo y cre­du­li­dad la ver­sión in­gle­sa de cier­to fi­ló­so­fo chino, di con este me­mo­ra­ble pa­sa­je: “A un con­de­na­do a muer­te no le im­por­ta bor­dear un pre­ci­pi­cio, por­que ha re­nun­cia­do a la vida”. En ese punto el tra­duc­tor co­lo­có un as­te­ris­co y me ad­vir­tió que su in­ter­pre­ta­ción era pre­fe­ri­ble a la de otro si­nó­lo­go rival que tra­du­cía de esta ma­ne­ra: “Los sir­vien­tes des­tru­yen las obras de arte, para no tener que juz­gar sus be­lle­zas y sus de­fec­tos”. En­ton­ces, como Paolo y Fran­ces­ca, dejé de leer. Un mis­te­rio­so es­cep­ti­cis­mo se había des­li­za­do en mi alma.»

Para res­pon­der a la des­con­fian­za que deja ese es­cep­ti­cis­mo, ofrez­co tres tra­duc­cio­nes del re­la­to chino sobre el que quie­ro ha­blar; en re­la­ción con la se­me­jan­za per­fi­la­da que tie­nen, sus di­fe­ren­cias son como los des­bor­des in­fan­ti­les en el co­lo­reo de un di­bu­jo con cra­yo­nes. La pri­me­ra ver­sión fi­gu­ra con el nú­me­ro 15 en esta pá­gi­na bi­lingüe, es­ca­nea­da del libro Chuang Tzu, Pen­sa­mien­to fi­lo­só­fi­co, Monte Ávila Edi­to­res, Ca­ra­cas, 1991, con tra­duc­ción de Car­me­lo Elor­duy S. J.:



De la se­gun­da tra­duc­ción no tengo los cré­di­tos:
«Chuang Tzu y su buen amigo Hui Tzu se ha­cían grata com­pa­ñía a ori­llas del Hao. Chuang Tzu dijo:
–Tam­bién los rá­pi­dos peces se ale­gran de verse y nadan con gra­cia de aquí para allá. ¡Tal es la ale­gría del pez!
–Tú no eres pez –dijo Hui Tzu–. ¿Cómo co­no­ces su ale­gría?
–Tú no eres Chuang Tzu –dijo Chuang Tzu–. ¿Cómo sabes que no co­noz­co la ale­gría de los peces?
–Si el hecho de no ser Chuang Tzu –dijo Hui Tzu– quie­re decir que no co­noz­co a Chuang Tzu, en­ton­ces, en justa co­rres­pon­den­cia, el hecho de no ser pez te im­pi­de co­no­cer la ale­gría del pez.
–Vol­va­mos al prin­ci­pio –dijo Chuang Tzu–. Tu pre­gun­ta: “¿Cómo co­no­ces su ale­gría?” im­pli­ca mi co­no­ci­mien­to de la misma. Y no tengo que me­ter­me en el agua para sa­ber­lo.»

La ter­ce­ra tra­duc­ción está com­pi­la­da, bajo el tí­tu­lo “La con­clu­sión” y la firma de Roop Katt­hat, en la pá­gi­na 187 de El libro de la ima­gi­na­ción, de Ed­mun­do Va­la­dés (Fondo de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca, Mé­xi­co DF, 1970):
«Cier­to día Chuang Tzu y Hui Tzu pa­sea­ban por el puen­te del río Hao. Chuang Tzu dijo: “Mira cómo sal­tan los pe­ce­ci­llos aquí y allá, donde quie­ren. ¡Esto es lo que más agra­da a los peces!”. Hui Tzu dijo: “¿Acaso eres un pez? ¿Cómo sabes lo que agra­da a un pez?” Chuang Tzu dijo: “Tú tam­po­co eres yo mismo. ¿Cómo sabes que yo no sé qué agra­da a los peces?”. Hui Tzu dijo: “Pues­to que yo no soy tú, y por tanto no puedo saber si tú lo sabes, tam­bién tú, pues­to que no eres pez, no pue­des saber qué agra­da a los peces. Mi ar­gu­men­to aún con­ser­va toda su va­li­dez.” Chuang Tzu dijo: “Vol­va­mos al punto de par­ti­da. Me pre­gun­tas­te cómo sabía lo que agra­da­ba a los peces. Pero cuan­do me lo pre­gun­tas­te, tú ya sa­bías que yo lo sabía. Tú sa­bías que yo lo sabía por el hecho de estar aquí, en el puen­te Hao. Todo co­no­ci­mien­to per­te­ne­ce a este tipo. No puede ex­pli­car­se con ayuda de nin­gu­na ar­gu­men­ta­ción.”»

No me pro­pon­go si­tuar en el uni­ver­so del taoís­mo o del “pen­sa­mien­to fi­lo­só­fi­co” del Chuang Tzu his­tó­ri­co, dos temas que casi des­co­noz­co, lo que pueda decir a par­tir de esta na­rra­ción. Para mis fines, Hui Tzu y Chuang Tzu po­drían ser X y Z, y la pa­ter­ni­dad o la ins­pi­ra­ción del re­la­to, des­co­no­ci­das (se cree que lo es­cri­bió algún dis­cí­pu­lo de Chuang Tzu o el pro­pio Chuang Tzu). Cum­pli­do el aviso, em­pie­zo.

2. La forma de la his­to­ria.


          Epí­gra­fe de “El mi­la­gro se­cre­to” (en Fic­cio­nes, de Jorge Luis Bor­ges).
          Puede verse tam­bién la ver­sión com­ple­ta en los ver­sos 257 a 259 del Sura II, La vaca

          En rojo, el re­co­rri­do del 86 poco antes de lle­gar al Ae­ro­puer­to de Ezei­za

Entre otras cosas, se puede decir que el epí­gra­fe que hace de pri­mer epí­gra­fe de esta sec­ción alude a la suer­te del pro­ta­go­nis­ta de “El mi­la­gro se­cre­to”, Ja­ro­mir Hla­dík, pero tam­bién a la forma que di­bu­ja esa suer­te, a saber: el círcu­lo o la he­rra­du­ra de un re­to­mar un curso de ac­ción. A Hla­dík «lo ma­ta­ría el plomo ale­mán, en la hora de­ter­mi­na­da, pero en su mente un año trans­cu­rri­ría entre la orden y la eje­cu­ción de la orden»; al anó­ni­mo que em­pie­za in­cré­du­lo y ter­mi­na cre­yen­te, los cien años de muer­to le pa­re­cie­ron un día de dor­mi­do: tan en blan­co es­tu­vo su mente antes de ser re­vi­vi­do. Con una di­fe­ren­cia te­má­ti­ca aun mayor, una forma si­mi­lar se traza en el diá­lo­go entre Chuang Tzu y Hui Tzu, que re­to­ma una línea des­pués de dar una vuel­ta.
El pri­mer epí­gra­fe de “La forma de la his­to­ria” es un epí­gra­fe de una his­to­ria con la misma forma. Otra su­ce­sión acu­mu­la­ti­va de re­fe­ren­cias des­cri­be la es­ca­la­da re­tó­ri­ca que cubre nues­tra his­to­ria de reanu­da­ción: para em­pe­zar, hay un co­men­ta­rio (pri­mer guión del diá­lo­go); des­pués, un duelo ver­bal sobre ese co­men­ta­rio (se­gun­do y ter­cer guión); y fi­nal­men­te, un de­ba­te sobre el duelo ver­bal sobre ese co­men­ta­rio (cuar­to guión y los dos pri­me­ros ter­cios del quin­to, cuyo úl­ti­mo ter­cio com­ple­men­ta el co­men­ta­rio ini­cial).

Pri­me­ro, Chuang Tzu hace una ob­ser­va­ción sobre un hecho del mundo: esos peces (o como esos, todos los peces) gozan sal­tan­do en el agua. Luego, Hui Tzu hace una ob­ser­va­ción sobre esa ob­ser­va­ción: ¿cómo podés ha­cer­la si no sos pez? Chuang Tzu hace en­ton­ces una ob­ser­va­ción sobre la ob­ser­va­ción a su ob­ser­va­ción: ¿cómo podés ha­cer­la si no sos yo? (Con esto, Chuang Tzu lo acusa de haber es­cu­pi­do para arri­ba.) Hui Tzu hace en­ton­ces una ob­ser­va­ción sobre esta ob­ser­va­ción a su ob­ser­va­ción an­te­rior re­fe­ri­da a la ob­ser­va­ción de Chuang Tzu: si por­que no soy vos no puedo ha­cer­la, en­ton­ces –otra vez– por­que no sos pez no podés hacer vos la tuya. (Con esto, Hui Tzu le de­vuel­ve la impu­tación de haber es­cu­pi­do para arri­ba.) En este punto Chuang Tzu in­te­rrum­pe el juego: no hace nin­gu­na ob­ser­va­ción sobre la úl­ti­ma ob­ser­va­ción de Hui Tzu, sino otra sobre la se­gun­da (tu pre­gun­ta por mi saber im­pli­ca que sabés que sé), y a con­ti­nua­ción res­pon­de la pre­gun­ta que había re­cha­za­do o venía ig­no­ran­do.
El diá­lo­go es­que­má­ti­co que so­por­ta esa di­gre­sión cir­cu­lar tiene tres guio­nes (su iden­ti­kit se pa­re­ce al re­tra­to acos­ta­do de la letra ci­rí­li­ca «Ю», por si la «U» del 86 no sa­tis­fa­ce):
Chuang Tzu: –Los peces gozan sal­tan­do en el agua.
Hui Tzu: –¿Cómo lo sabés, si vos no sos pez?
Chuang Tzu: –Lo sé por estar acá, en el puen­te sobre el río donde los peces sal­tan; no ne­ce­si­to ser pez para sa­ber­lo.
Los dos pri­me­ros guio­nes del diá­lo­go son in­me­dia­tos; el úl­ti­mo llega re­cién des­pués del cie­rre del meta-diá­lo­go que se in­ter­ca­la ahí, tam­bién de tres pasos: dos para ade­lan­te, im­bri­ca­dos como es­ca­mas, y uno suel­to, para atrás, que re­to­ma la pre­gun­ta de Hui Tzu para vol­ver a co­men­tar­la, antes de darle con el ter­cer guión una res­pues­ta.

3.1.1. Las par­tes de la his­to­ria: el pri­mer ar­gu­men­to de Chuang Tzu: di­fe­ren­cias te­má­ti­cas.

Co­men­ce­mos la in­mer­sión en la his­to­ria por un mo­men­to que apa­ren­ta li­be­rar triun­fal­men­te la ten­sión acu­mu­la­da. Chuang Tzu ha sido efu­si­vo para hacer su afir­ma­ción y acaba de ser efec­tis­ta para de­fen­der­la, con su siem­pre fes­te­ja­da pi­rue­ta mar­cial de usar la im­pug­na­ción para im­pug­nar al im­pug­na­dor (digno re­ma­te para la anéc­do­ta, que ten­drá la dig­ni­dad de no apro­ve­char­lo). La ma­nio­bra quie­re mos­trar que Hui Tzu no es con­sis­ten­te, por­que el mismo prin­ci­pio que él usa para re­cha­zar el saber de­cla­ra­do por Chuang Tzu puede apli­cár­se­le para re­cha­zar su re­cha­zo. Hui Tzu, que para la hin­cha­da de Chuang Tzu pasó de no­quea­dor a no­quea­do, no se deja atur­dir ni in­ti­mi­dar. Pero antes de ver la res­pues­ta que dio, vea­mos otras que po­dría haber dado y no dio.

Para que Chuang Tzu se luzca con una im­pug­na­ción que usa el mismo prin­ci­pio que la re­ci­bi­da, de­be­mos con­ce­der­le, en pri­mer lugar, que en es­ce­na hay efec­ti­va­men­te dos im­pug­na­cio­nes; luego, que tie­nen prin­ci­pios idén­ti­cos o su­fi­cien­te­men­te si­mi­la­res.
En re­la­ción con el pri­mer re­qui­si­to, sólo una parte de lo que hizo Hui Tzu puede in­ter­pre­tar­se –pre­gun­ta re­tó­ri­ca me­dian­te– como una im­pug­na­ción del saber de Chuang Tzu, que con­tra­ata­ca con otra pre­gun­ta re­tó­ri­ca: «¿Cómo sabes que no co­noz­co la ale­gría de los peces?». La impu­tación viene gra­tis: en nin­gún mo­men­to Hui Tzu dijo que (sabía que) Chuang Tzu no co­no­cía la ale­gría de los peces; pre­gun­tó cómo la co­no­cía, por una parte, ex­pli­ci­tan­do que por ser pez no podía ser, por otra parte. Y en todo caso, Hui Tzu aco­rra­la, no de­rri­ba; como en un diá­lo­go so­crá­ti­co, quie­re que el es­cu­rri­di­zo Chuang Tzu lle­gue a esa ne­ga­ción obli­ga­do por la ló­gi­ca.
Pero aun si ob­via­mos esto, el hecho de que Hui Tzu no pueda saber que Chuang Tzu no sabe no per­mi­te con­cluir que Chuang Tzu sabe; to­da­vía es ne­ce­sa­ria su fun­da­men­ta­ción. Como la im­po­si­bi­li­dad que le acha­ca Hui Tzu está con­di­cio­na­da –de mo­men­to– al uso de una vía ex­plí­ci­ta (la de ser pez), Chuang Tzu to­da­vía puede con­tes­tar por qué otra vía ac­ce­de a ese saber. In­clu­so si fuera el héroe que ve su hin­cha­da, todo lo que ha­bría lo­gra­do con su con­tra­ata­que ha­bría sido neu­tra­li­zar la im­pug­na­ción de la pre­gun­ta re­tó­ri­ca; to­da­vía le sería po­si­ble (y ten­dría pen­dien­te) res­pon­der la cues­tión ge­nui­na de cómo co­no­ce la ale­gría de los peces, me­dian­te qué otro ac­ce­so. Chuang Tzu to­ma­rá este ca­mino re­cién cuan­do Hui Tzu lo en­fren­te con el fra­ca­so del que tomó acá.
En re­la­ción con el se­gun­do re­qui­si­to, los prin­ci­pios in­vo­ca­dos no son idén­ti­cos, como con­ven­dría que fue­ran para lo­grar la mejor ilu­sión de una sola im­pug­na­ción vol­vien­do sobre sí misma, como un es­cu­pi­ta­jo que le vuel­ve de arri­ba al arro­gan­te Hui Tzu. Sus di­fe­ren­cias se­rían más vi­si­bles en una tra­duc­ción a un idio­ma donde la ca­te­go­ri­za­ción de un in­di­vi­duo (ser un miem­bro de una u otra clase de cosas) y su re­co­no­ci­mien­to (ser tal o cual in­di­vi­duo) no fue­ran fun­cio­nes asig­na­das al mismo verbo (como pa­re­ce que tam­bién es el caso del chino; tra­du­ci­da a ese idio­ma hi­po­té­ti­co, la res­pues­ta de Chuang Tzu re­sig­na­ría gran parte de su gra­cia). En su im­pug­na­ción de una vía, el prin­ci­pio que apli­ca Hui Tzu es per­te­ne­cer (a la clase de los peces) para co­no­cer (lo que ex­pe­ri­men­tan los miem­bros de la clase); el que apli­ca Chuang Tzu es ser (el in­di­vi­duo C) para co­no­cer (los co­no­ci­mien­tos de C), que po­dría ser un atajo del an­te­rior.
Pero esta di­fe­ren­cia no es de­ci­si­va; en todo caso, no al­can­za para pri­var­lo a Chuang Tzu de in­ten­tar un “Es­pe­ji­to, es­pe­ji­to: a mí me re­bo­ta y a vos te ex­plo­ta” (no ol­vi­de­mos que es un tipo an­ti­guo). Ade­más de te­ner­los, Chuang Tzu puede dar cuen­ta de sus co­no­ci­mien­tos. Si Hui Tzu fuera ahora o hu­bie­ra sido antes Chuang Tzu, po­dría dar cuen­ta de lo que sabe Chuang Tzu. La iden­ti­dad en ex­clu­si­va que de­ten­ta Chuang Tzu lo blin­da ante ese o cual­quier otro cues­tio­na­mien­to a los sa­be­res que de­cla­re tener.
El re­cur­so tiene dos pro­ble­mas ge­ne­ra­les (uno de uso y otro de con­fec­ción) y un pro­ble­ma es­pe­cí­fi­co, pro­pio del caso. Los ve­re­mos en ese orden.

3.​1.​2.​1. Las par­tes de la his­to­ria: el pri­mer ar­gu­men­to de Chuang Tzu: di­fe­ren­cias pro­ble­má­ti­cas: la re­gre­sión in­fi­ni­ta y la igual­dad.



En Being John Malko­vich (Spike Jonze, 1999)

Hui Tzu está be­ne­fi­cia­do (como todos) con una ex­clu­si­vi­dad igual­men­te inex­pug­na­ble y re­pe­len­te, que bien po­dría usar para pa­gar­le a Chuang Tzu con una mo­ne­da (ahora sí) idén­ti­ca: vos no sos yo; ¿cómo sabés que yo no sé que vos no sabés cómo gozan los peces al sal­tar? Por su­pues­to, Chuang Tzu po­dría en­ton­ces agre­gar­le a la ca­de­na un nuevo es­la­bón, como un nuevo pe­río­do del desa­rro­llo de­ci­mal mo­nó­tono de un nú­me­ro ra­cio­nal (vos no sos pez, coma, vos no sos yo, vos no sos yo, vos no sos yo, ...). Cuan­do se canse, po­dría in­clu­so can­tar: “¡Siem­pre un vos no sos yo más que vos!”. Pero con esa in­sis­ten­cia Chuang Tzu es­ta­ría co­la­bo­ran­do con el em­pan­ta­na­mien­to en una tarea in­fi­ni­ta del que es­ta­ría sien­do acu­sa­do por Hui Tzu, si hu­bie­ra ele­gi­do esa res­pues­ta. Las con­di­cio­nes ha­bi­li­tan­tes se pue­den re­mon­tar lo lejos que se quie­ra; siem­pre el otro puede ale­gar un nuevo “Antes de de­cir­me que no sé, sé yo”. Pero las irres­ta­ña­bles apli­ca­cio­nes a las apli­ca­cio­nes de la regla ser para co­no­cer que po­drían re­bo­tar y acu­mu­lar­se entre Chuang Tzu y Hui Tzu, anidan en la pri­me­ra de todas, la más in­ter­na, la que hizo Chuang Tzu cuan­do le apli­có el vos no sos yo al vos no sos pez. Pero Hui Tzu no de­nun­cia­rá la re­gre­sión in­fi­ni­ta que vicia el ar­gu­men­to de Chuang Tzu.

El se­gun­do pro­ble­ma ge­ne­ral del ar­gu­men­to, que atañe a su con­fec­ción, se re­fie­re a cómo puede o debe en­ten­der­se la equi­va­len­cia cuya falta le re­pro­cha Chuang Tzu a Hui Tzu.
Ser otro (que el in­di­vi­duo a co­no­cer) es una con­di­ción ne­ce­sa­ria para el co­no­ci­mien­to. (De ahí que el co­no­ci­mien­to de sí im­pli­que siem­pre al­gu­na forma o si­mu­la­cro de des­do­bla­mien­to, con el lí­mi­te de una ab­so­lu­ta du­pli­ci­dad –1 no puede ser 2–.) Per­te­ne­cer a su misma clase de cosas puede fa­ci­li­tar o me­jo­rar ese saber. Pero acá el lí­mi­te del co­no­ci­mien­to, como el de la ac­tua­ción, es la anu­la­ción de esa bre­cha que es la al­te­ri­dad; es la igual­dad cabal: que Hui Tzu, que ya per­te­ne­ce a la misma clase de cosas que Chuang Tzu, sea Chuang Tzu. Así, ese acer­ca­mien­to al ob­je­to de co­no­ci­mien­to me­jo­ra la ave­ri­gua­ción en cual­quie­ra de sus gra­dos, ex­cep­to en el que es su lí­mi­te, donde no es po­si­ble (2 no puede ser 1).
Por eso, el prin­ci­pio de Chuang Tzu sólo es via­ble si en­ten­de­mos su re­qui­si­to para co­no­cer en el sen­ti­do de un es­pio­na­je, no en el de una igual­dad es­tric­ta de in­di­vi­duos dis­tin­tos. El “vos no sos yo” de Chuang Tzu le está ob­je­tan­do a Hui Tzu el no estar (o no haber es­ta­do) en su ca­be­za in­ven­ta­rian­do sus co­no­ci­mien­tos como po­dría in­ven­ta­riar los mue­bles de su casa, ha­cien­do tu­ris­mo como se hace en la ca­be­za de John Malko­vich (cuan­do el tu­ris­ta es el pro­pio John Malko­vich, ya no hay otros que no sean ré­pli­cas suyas, ni otro sen­ti­do que el sen­ti­do claus­tro­fó­bi­co del mero ser John Malko­vich).

3.​1.​2.​2. Las par­tes de la his­to­ria: el pri­mer ar­gu­men­to de Chuang Tzu: di­fe­ren­cias pro­ble­má­ti­cas: el tes­ti­mo­nio y la in­fe­ren­cia.


Jue­gan las blan­cas y hacen tri­ple ile­ga­li­dad en 1 mo­vi­mien­to

El pro­ble­ma es­pe­cí­fi­co que pre­sen­ta el ar­gu­men­to de Chuang Tzu se re­fie­re a la apli­ca­ción al caso del prin­ci­pio que lo sos­tie­ne.
Como sea que en­ten­da­mos la equi­va­len­cia entre in­di­vi­duos, el tipo de co­no­ci­mien­to que puede ser in­va­li­da­do por la ob­je­ción “vos no sos yo” es un co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial: no te puede cons­tar que yo no sé, como doy por hecho que afir­más, por­que para eso de­be­rías ser yo o andar por mi mente ave­ri­guan­do mis sa­be­res (el co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial se basa en la iden­ti­dad –per­so­nal o ca­te­go­rial: el ser ese o uno de esos– o en la pre­sen­cia –el estar ahí–). Pero ese no es el tipo de co­no­ci­mien­to que le opuso Hui Tzu al co­men­ta­rio de Chuang Tzu sobre la ale­gría de los peces, que su­po­ne un co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial (de iden­ti­dad ca­te­go­rial, no per­so­nal, y no de pre­sen­cia). Hui Tzu no da un tes­ti­mo­nio; él ex­trae una con­clu­sión: si en este caso para saber hay que per­te­ne­cer, vos, que decís saber lo que sien­ten los peces pero no sos pez, no podés saber lo que sien­ten los peces. Chuang Tzu no re­cha­za la con­clu­sión ni el prin­ci­pio sobre el que se apoya. Al con­tra­rio: los con­ce­de para poder apli­car el mismo prin­ci­pio para lle­gar a una con­clu­sión re­cí­pro­ca res­pec­to de la ob­ser­va­ción hecha por Hui Tzu (en rigor, como vimos, apli­ca el prin­ci­pio de ser para co­no­cer, que es para co­no­ci­mien­tos tes­ti­mo­nia­les de iden­ti­dad per­so­nal, no ca­te­go­rial; pero esta des­via­ción es un mero agra­van­te de la del blan­co ele­gi­do para pro­bar pun­te­ría, que es el “tes­ti­mo­nio” de Hui Tzu).
Hui Tzu no ne­ce­si­ta ser Chuang Tzu para saber que entre sus co­no­ci­mien­tos no puede en­con­trar­se el de la ale­gría de los peces; le basta con es­cu­char­lo, verlo y de­du­cir. La pre­sen­cia o au­sen­cia de un co­no­ci­mien­to se ras­trea, se de­tec­ta, se tes­ti­mo­nia; su po­si­bi­li­dad o im­po­si­bi­li­dad se ra­zo­na. Hui Tzu fue ag­nós­ti­co, no ateo: no tes­ti­fi­có que ahí no había nada, ra­zo­nó que no podía sa­ber­se que hu­bie­ra algo, si para eso hay que ser pez; no dijo –in­sis­to– que a él le cons­ta­ba que Chuang Tzu no co­no­cía la ale­gría de los peces, sino que debía con­cluir­se que no podía co­no­cer­la (con­clu­sión del si­lo­gis­mo; co­no­ci­mien­to in­fe­ren­cial). Y no se re­mi­tió a su ex­pe­rien­cia para hacer esta afir­ma­ción, sino que la de­ri­vó de las afir­ma­cio­nes de que Chuang Tzu no es un pez (pre­mi­sa menor, ex­pli­ci­ta­da; co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial) y de que sólo un pez puede saber si los peces gozan sal­tan­do en el agua (pre­mi­sa mayor, im­plí­ci­ta; prin­ci­pio de co­no­ci­mien­to).
En re­su­men, Chuang Tzu ofre­ce un co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial sobre los peces y le atri­bu­ye erró­nea o tram­po­sa­men­te un co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial sobre él a Hui Tzu. Chuang Tzu pre­ten­de hacer pasar por buena la apli­ca­ción de una regla que sólo es vá­li­da para co­no­ci­mien­tos tes­ti­mo­nia­les a un co­no­ci­mien­to in­fe­ren­cial. En otras pa­la­bras, pre­ten­de des­au­to­ri­zar una in­fe­ren­cia como se des­au­to­ri­za un tes­ti­mo­nio: usted no fue ese ni es­tu­vo ahí, así que no hable. Por su parte, en el con­te­ni­do de esa in­fe­ren­cia in­ter­pe­la­da como si fuera un tes­ti­mo­nio, Hui Tzu le ha apli­ca­do lim­pia­men­te a un co­no­ci­mien­to tes­ti­mo­nial una regla para co­no­ci­mien­tos tes­ti­mo­nia­les.
Esta es la asi­me­tría de mayor peso de las que de­for­man el ar­gu­men­to de Chuang Tzu.

En una par­ti­da de aje­drez, sería como si Chuang Tzu es­tu­vie­ra co­me­tien­do la tri­ple ile­ga­li­dad de ja­quear con su rey al rey rival, sin sa­lir­se del jaque que le hizo Hui Tzu en la mo­vi­da an­te­rior y si­tuán­do­se en una se­gun­da po­si­ción ja­quea­da. La im­pro­ce­den­cia de apli­car­le a una in­fe­ren­cia la regla ge­né­ri­ca del ser (in­di­vi­duo o miem­bro) para co­no­cer equi­va­le a la ile­ga­li­dad de ja­quear con rey. De las otras dos se ocupa a la vez la res­pues­ta que elige dar Hui Tzu.

3.2. Las par­tes de la his­to­ria: la res­pues­ta de Hui Tzu.

En ella, Hui Tzu no dirá que la con­clu­sión de Chuang Tzu sólo le im­pi­de ac­ce­der a ese saber por me­dios tes­ti­mo­nia­les, cuan­do él ha ac­ce­di­do por me­dios de­duc­ti­vos (y nin­gu­na im­po­si­bi­li­dad in­fe­ren­cial de saber eso entra en ac­ción por el hecho de que Hui Tzu no sea Chuang Tzu). Tam­po­co dirá que ese saber que tiene im­pe­di­do es el mismo que Chuang Tzu le ha ad­mi­ti­do como im­pli­ca­ción del prin­ci­pio que ahora usa en su con­tra; sin esa con­ce­sión Chuang Tzu no ha­bría po­di­do usar el prin­ci­pio, y sin usar el prin­ci­pio no ha­bría po­di­do re­cha­zar el saber que ne­ce­si­tó con­ce­der para poder usar el prin­ci­pio, etc. Y no es que Chuang Tzu esté ha­cien­do una re­duc­ción al ab­sur­do, ni del prin­ci­pio apli­ca­do ni de la apli­ca­ción que lo aco­rra­la. Él no desem­bo­ca en un ab­sur­do, sim­ple­men­te in­cu­rre en una con­tra­dic­ción cuan­do acaba: ha ter­mi­na­do ne­gan­do lo mismo que ha em­pe­za­do afir­man­do para poder lle­gar a esa ne­ga­ción; en la con­clu­sión del ra­zo­na­mien­to se niega una pre­mi­sa que la hizo po­si­ble, como el via­je­ro del pa­sa­do que mata a la que será su madre.
En vez de hacer estas de­nun­cias, en su res­pues­ta Hui Tzu se in­tere­sa por la forma del ar­gu­men­to y com­ple­ta el re­co­rri­do de una “co­rres­pon­den­cia”, que Chuang Tzu sólo hizo de ida (como si des­co­no­cie­ra que lo que tiró fue un boo­me­rang): si el hecho de yo no ser vos im­pli­ca que no puedo saber que vos no sabés cómo están los peces, en­ton­ces, «en justa co­rres­pon­den­cia», el hecho de no ser vos un pez im­pli­ca que no podés saber cómo están los peces, que es lo que yo dije y vos pre­ten­dés re­cha­zar con un ra­zo­na­mien­to que ter­mi­na re­pi­tién­do­lo. Si usás mi prin­ci­pio, tu suer­te está atada a la mía (sos como esos per­so­na­jes fan­tás­ti­cos que se dañan al dañar a su re­fle­jo en el es­pe­jo). En de­fi­ni­ti­va, no sólo no elu­dís la im­pug­na­ción, como el aje­dre­cis­ta que no sale del jaque, sino que la re­en­con­trás con tu ar­gu­men­to, como el aje­dre­cis­ta que ade­más se pone en un nuevo jaque.

En la pers­pec­ti­va donde Hui Tzu en­cuen­tra su res­pues­ta, no in­tere­sa si es falso y/o in­apli­ca­ble que el hecho de no ser él Chuang Tzu im­pli­ca que no puede saber que Chuang Tzu no co­no­ce el goce de los peces; Hui Tzu con­ce­de o su­po­ne ese hecho, como que de ahí parte (“si el hecho de yo no ser vos im­pli­ca...”) para apli­car­le por se­gun­da vez a Chuang Tzu el prin­ci­pio no re­cu­sa­do y re­uti­li­za­do. Hui Tzu, el imi­ta­do, puede ser todo lo con­ce­si­vo que Chuang Tzu, el imi­ta­dor, tiene con­tra­in­di­ca­do. En tér­mi­nos de un duelo entre po­le­mis­tas, Chuang Tzu pa­re­ce haber emu­la­do al es­cor­pión de la fá­bu­la hun­dién­do­se con su víc­ti­ma (o al perro del hor­te­lano): “No ten­dré razón pero vos tam­po­co”. “No im­por­ta; me al­can­za con que acep­tes que no tenés razón, que es lo que yo dije, con lo que me estás dando la razón al mismo tiem­po que ce­le­brás ha­bér­me­la im­pe­di­do”, pa­re­ce res­pon­der­le Hui Tzu, que supo ver la pa­ra­do­ja que le ex­plo­tó en las manos a su amigo. «El ra­cio­ci­nio no tiene fallo», le ad­vier­te en su úl­ti­ma in­ter­ven­ción el Hui Tzu tex­tual. Pero Chuang Tzu no se ren­di­rá: in­sis­ti­rá y, para colmo, sin con­tes­tar el ar­gu­men­to y dis­fra­zan­do su irse al mazo como un re­vo­ca­to­rio ba­ra­jar y dar de nuevo.

3.3. Las par­tes de la his­to­ria: el se­gun­do ar­gu­men­to de Chuang Tzu y la pre­su­po­si­ción de la pre­gun­ta de Hui Tzu.

Como en el resto de los re­la­tos que trans­mi­ten su pen­sa­mien­to, Chuang Tzu de­ten­ta el pri­vi­le­gio de la úl­ti­ma pa­la­bra del de­ba­te y de la anéc­do­ta; en este re­la­to lo gas­ta­rá ha­cien­do su se­gun­do en­ca­re a la pre­gun­ta de Hui Tzu, que nor­mal­men­te le hace de Wat­son o –rara vez– de vi­llano.
El guión final se com­po­ne de tres mo­men­tos. El pri­me­ro está ocu­pa­do por un re­torno in­con­sul­to a un co­mien­zo ar­bi­tra­rio. Chuang Tzu arran­ca pro­po­nien­do vol­ver al «prin­ci­pio», «ori­gen» o «punto de par­ti­da», que para él no es su co­men­ta­rio sobre los peces, sino la ob­je­ción que Hui Tzu le hace a ese co­men­ta­rio. Vale decir: Chuang Tzu no se la sigue; en lugar de con­tes­tar­le la úl­ti­ma ob­je­ción, se re­ti­ra con­tes­tán­do­le otra vez la pri­me­ra, como si tu­vie­ra tam­bién po­de­res y de­re­chos para re­vo­car actos des­afor­tu­na­dos, re­tro­traer la si­tua­ción a gusto, vol­ver atrás para mover de nuevo y dis­tin­to. Chuang Tzu va a dar una se­gun­da res­pues­ta para re­em­pla­zar la pri­me­ra, no para com­ple­men­tar­la, aun­que en nin­gún mo­men­to ad­mi­ta su aban­dono ni el del de­ba­te que ori­gi­nó.

El se­gun­do mo­men­to del Final está ocu­pa­do por el ale­ga­to de que Hui Tzu ya sabía que Chuang Tzu co­no­cía la ale­gría de los peces al mo­men­to (y por el hecho) de pre­gun­tar­le cómo la co­no­cía. Ahora es Chuang Tzu el que es­gri­me un co­no­ci­mien­to por in­fe­ren­cia ori­gi­nal, pero de una os­cu­ri­dad que con­tras­ta mucho con la cla­ri­dad del que es­gri­mió Hui Tzu.
Chuang Tzu nunca apun­ta­la­rá esa idea, nunca acla­ra­rá por qué de­be­ría ser así, cómo es exac­ta­men­te que la ave­ri­gua­ción im­pli­ca el co­no­ci­mien­to a ave­ri­guar. Si de pre­su­po­si­cio­nes se trata, la pre­gun­ta “¿Cómo sabés que los peces gozan sal­tan­do?” sólo pre­su­po­ne –le diría Hui Tzu a Chuang Tzu, tal vez in­cré­du­lo por tener que res­pon­der se­me­jan­te ob­vie­dad– que sé que decís que sabés que los peces gozan, no que lo sabés. Si no te lo hu­bie­ra es­cu­cha­do decir, nunca te lo ha­bría pre­gun­ta­do; reac­cio­né, no tomé la ini­cia­ti­va. Y aun si mi pre­gun­ta pre­su­pu­sie­ra –por­que yo cre­ye­ra– que lo sabés, mi ad­he­sión no haría cier­ta ni más plau­si­ble la ale­gría de los peces. Como sea, pa­re­ce como si Chuang Tzu real­men­te cre­ye­ra o asu­mie­ra que todo em­pe­zó ahí adon­de él se re­mon­ta a con­tes­tar por se­gun­da vez.
Pero ade­más de os­cu­ro, Chuang Tzu es opor­tu­nis­ta para re­cu­lar: toma ahora como una sim­ple ave­ri­gua­ción sobre modos o me­dios, que afir­ma im­plí­ci­ta­men­te el saber de Chuang Tzu, lo mismo que antes tomó como una pre­gun­ta re­tó­ri­ca que lo ne­ga­ba. Según fue per­dien­do fuer­zas, pasó de es­cu­char ahí un com­ba­ti­vo “Chuang Tzu no sabe qué sien­ten los peces” a es­cu­char un res­pe­tuo­so “Chuang Tzu sabe. ¿Cómo es que sabe?”. Hui Tzu po­dría de­nun­ciar haber re­ci­bi­do, con ese doble trato, una impu­tación de fal­se­dad (un efec­to co­la­te­ral que Chuang Tzu no pudo evi­tar co­me­ter y que se­gu­ra­men­te pre­fe­ri­ría no tener que de­fen­der). “Pa­sas­te de atri­buir­me –le diría Hui Tzu– ha­ber­te dicho que no sabés, a atri­buir­me saber que sabés. Si sa­bien­do que sa­bías dije que no sa­bías, es que fui un men­ti­ro­so”. Tal vez a Chuang Tzu le cues­te negar sin fa­bri­car ne­ga­do­res men­ti­ro­sos.

El ter­cer y úl­ti­mo mo­men­to del Final está ocu­pa­do por la res­pues­ta que da Chuang Tzu a cómo sabe lo que, según él, ya en la pre­gun­ta de Hui Tzu se con­fir­ma que sabe. El Chuang Tzu de una ver­sión di­rec­ta­men­te re­ve­la: «Yo lo he sa­bi­do en el río Hao». El de otra ver­sión casi iro­ni­za: «No tengo que me­ter­me en el agua para sa­ber­lo», y mucho menos ser pez. El prin­ci­pio de ser para co­no­cer, que viene de fra­ca­sar en un con­tra­ata­que, está sien­do des­pla­za­do sin aviso por uno de estar para co­no­cer. El Chuang Tzu que falta va más lejos, por­que le atri­bu­ye a Hui Tzu no sólo saber que él sabía, como todos, sino tam­bién saber cómo es que sabía; com­bi­na la tesis del saber im­pli­ca­do con la tesis de su mo­da­li­dad pre­sen­cial: «Tú sa­bías que yo lo sabía por el hecho de estar aquí, en el puen­te Hao» (y ge­ne­ra­li­za, ya muy fuera de li­bre­to, para pa­la­da­res mo­der­nos: «Todo co­no­ci­mien­to per­te­ne­ce a este tipo. No puede ex­pli­car­se con ayuda de nin­gu­na ar­gu­men­ta­ción»).

Sin im­por­tar la cre­di­bi­li­dad de la tra­duc­ción, pien­so que esa atri­bu­ción da en el clavo, sólo que del otro lado. Pien­so que Hui Tzu –tal vez por su pro­pia ex­pe­rien­cia– pre­su­po­ne que Chuang Tzu no puede saber qué sien­ten los peces por el mero hecho de estar ahí, en el puen­te Hao. Por eso habla Hui Tzu, de ese ex­tra­ña­mien­to si­len­cia­do le sale la pre­gun­ta que hace, mez­cla­da con la ob­vie­dad del “no sos pez”, que le blo­quea a Chuang Tzu el otro ac­ce­so ima­gi­na­ble a las emo­cio­nes que co­mu­ni­có. A lo largo de la char­la, Chuang Tzu pri­me­ro in­ten­ta re­ver­tir las con­se­cuen­cias de esa ob­vie­dad ex­pli­ci­ta­da, y des­pués le en­cuen­tra un im­plí­ci­to con­fir­ma­to­rio a la pre­gun­ta y la con­tes­ta ig­no­ran­do y con­tra­di­cien­do la pre­su­po­si­ción de Hui Tzu. Si la res­pues­ta final de Chuang Tzu de­cep­cio­na, es por­que ante la doble obs­truc­ción que se le plan­tea cabía es­pe­rar más que una sim­ple in­sis­ten­cia sin di­si­mu­lo.
La nueva vi­sión de la his­to­ria que ge­ne­ra la asun­ción (o la in­tro­duc­ción) de ese pre­su­pues­to, que com­pli­ca aún más a Chuang Tzu, me­re­ce con­tar­se desde el prin­ci­pio.

4. La trama de la his­to­ria.

El diá­lo­go se desa­rro­lla sobre el puen­te o a ori­llas del río Hao, donde los peces sal­tan o sólo nadan, según la tra­duc­ción que se tome. El es­pec­tácu­lo sus­ci­ta un co­men­ta­rio de Chuang Tzu. Hui Tzu se lo in­ter­cep­ta ha­cien­do una pre­gun­ta con dos res­pues­tas ta­cha­das, una tá­ci­ta y otra ex­plí­ci­ta: la mera pre­sen­cia no es su­fi­cien­te para saber eso; por ser pez no lo podés saber, por­que no sos pez; en­ton­ces, ¿cómo lo sabés?
De­mo­ré­mo­nos acá un pá­rra­fo, aun­que no sea más que para re­dun­dar. En la pri­me­ra ta­cha­du­ra, Hui Tzu pre­su­po­ne que ni una ob­ser­va­ción ni una em­pa­tía pre­sen­cia­les al­can­zan para ex­pli­car que Chuang Tzu co­noz­ca qué sien­ten los peces que sal­tan. Por eso, por­que no acep­ta que sea su­fi­cien­te estar para saber, in­ter­pe­la a Chuang Tzu (en vez de de­jár­se­la pasar), y lo hace ex­pli­ci­tan­do –se­gun­da ta­cha­du­ra– que ade­más es ne­ce­sa­rio ser (un pez) para co­no­cer (sus emo­cio­nes) y que Chuang Tzu no cum­ple esa con­di­ción.
Si Chuang Tzu quie­re ob­je­tar la pre­su­po­si­ción y reivin­di­car el prin­ci­pio que en ella se des­car­ta (estar para co­no­cer), este es el mo­men­to para ha­cer­lo. Pero no lo hace. Tam­po­co res­pon­de la pre­gun­ta que se le ha hecho. Y tam­po­co cues­tio­na la im­pli­ca­ción del prin­ci­pio que se le ha apli­ca­do ni el prin­ci­pio mismo, del que in­clu­so hace uso para in­ten­tar in­va­li­dar el re­sul­ta­do de esa apli­ca­ción. Cuan­do Hui Tzu le ar­gu­men­te que este cues­tio­na­mien­to no lo li­be­ra­rá del suyo, Chuang Tzu que­rrá re­tro­traer la dis­cu­sión para re­po­ner el prin­ci­pio que omi­tió de­fen­der cuan­do la pre­su­po­si­ción de Hui Tzu lo dio por in­su­fi­cien­te. Para peor, tam­po­co es que en­ton­ces lo de­fen­de­rá; se li­mi­ta­rá a re­ve­lar­lo, como si esa pre­su­po­si­ción no hu­bie­ra exis­ti­do. O sea que, ade­más de tar­día, la res­pues­ta de Chuang Tzu es dis­traí­da o re­cal­ci­tran­te.

Re­su­ma­mos. En su pri­me­ra mo­vi­da des­pués de ser in­ter­cep­ta­do, Chuang Tzu no pasa por donde Hui Tzu su­po­nía que no iba a pasar (“lo sé por estar acá pre­sen­te”) ni por donde Hui Tzu había ma­ni­fes­ta­do que era ne­ce­sa­rio e im­po­si­ble que pa­sa­ra (“lo sé por ser pez”). Re­sis­tién­do­se a se­guir la línea de menor re­sis­ten­cia, Chuang Tzu es el río que pri­me­ro juega a ser el dique que le blo­queó el paso, hasta que un nuevo blo­queo lo baja de esa fan­ta­sía y el río se des­vía, tarde, hacia otra sa­li­da ya clau­su­ra­da (por in­su­fi­cien­te y de un modo im­plí­ci­to, no por irreal e im­po­si­ble, como la ex­plí­ci­ta­men­te de­ne­ga­da). La cam­pa­na lo salva al re­cién es­tan­ca­do Chuang Tzu; esta vez no habrá res­pues­ta de Hui Tzu a la que po­da­mos com­pa­rar y acom­pa­ñar con la que voy a dar, que me pre­gun­to si le agra­da­ría.

3.4.1. Las par­tes de la his­to­ria: los prin­ci­pios de co­no­ci­mien­to: la pre­gun­ta de Hui Tzu.

          En el pro­gra­ma El vi­si­tan­te (1995), de Fa­bián Po­lo­se­cki. Epi­so­dio: “Ciu­dad Feliz (2ª Parte) - Los nom­bres de la noche”

Si antes no hizo falta pen­sar en el prin­ci­pio que apli­ca Hui Tzu y re­pli­ca Chuang Tzu, fue por­que nin­guno de ellos dio mo­ti­vos para dudar de su ra­zo­na­bi­li­dad. Pero ahora que Chuang Tzu ha vi­ra­do y niega tanto la ne­ce­si­dad (ex­pues­ta) de ser para co­no­cer como la in­su­fi­cien­cia (pre­su­pues­ta) de estar para co­no­cer, con­vie­ne decir algo sobre las ap­ti­tu­des de cada prin­ci­pio.

Si Chuang Tzu tu­vie­ra una ex­pe­rien­cia de pez, su co­no­ci­mien­to sobre los peces se­gu­ra­men­te se afi­na­ría. Pero no sería el pri­me­ro: fuera de esa ex­pe­rien­cia algún saber ya es po­si­ble. Justo el que dice tener Chuang Tzu no pa­re­ce muy de­fen­di­ble: su ale­gría sal­ta­ri­na es de­ma­sia­do hu­ma­na; tiene toda la apa­rien­cia de un emo­ti­vo an­tro­po­mor­fis­mo. Pero esa go­lon­dri­na no hace ve­rano: vi­vi­mos co­lec­cio­nan­do co­no­ci­mien­tos de cosas que no somos; ¿por qué el hecho de no ser el in­di­vi­duo X (o de no per­te­ne­cer a su clase de cosas) nos va a im­pe­dir saber algo de X?
De­pen­de de qué sea ese algo de X, de cuán pró­xi­mo esté ese saber al de ser X, para el que sí pa­re­ce ne­ce­sa­rio ser ca­bal­men­te X. Saber que X tiene es­ca­mas, por ejem­plo, no está a la misma dis­tan­cia de ese um­bral que saber cuál es su mayor ale­gría, so­bre­en­ten­dien­do de paso que tiene al­gu­na y más de una. Para saber que los peces tie­nen es­ca­mas, no pa­re­ce ne­ce­sa­rio (ni con­ve­nien­te) ser pez. Tal vez pueda haber algún mé­to­do ex­terno que de­tec­te una emo­ción hu­ma­na en un pez y nos aho­rre una vi­si­ta on­to­ló­gi­ca; pero esta ex­pe­rien­cia, aun si no fuera ne­ce­sa­ria, sería un atajo muy útil para saber si tam­bién tie­nen ale­gría. Tan útil, que a su lado el mejor pre­sen­ciar luce in­su­fi­cien­te para esa in­ti­mi­dad. De ahí que si Chuang Tzu la co­no­ce, Hui Tzu pre­su­pon­ga que por estar en el puen­te no puede ser. De ahí tam­bién que su ob­je­ción no sea des­ca­be­lla­da ni exor­bi­tan­te, cuan­do cla­ra­men­te lo sería en el caso del co­no­ci­mien­to de las es­ca­mas. Nada mejor que ser pez para saber si los peces gozan sal­tan­do, y Chuang Tzu no es pez.
El mismo prin­ci­pio apli­can Zeus y Hera cuan­do eli­gen a Ti­re­sias, que había te­ni­do la ex­pe­rien­cia de ser mujer du­ran­te siete años, como ár­bi­tro en la dis­cu­sión sobre quién tiene un goce se­xual mayor, si el varón o la mujer. Para au­men­tar el del varón, la Ti­re­sias de Mar del Plata que en­tre­vis­ta Polo, Wendy, ar­gu­men­ta tener la ven­ta­ja de co­no­cer por ex­pe­rien­cia pro­pia lo que más agra­da a los hom­bres.

3.4.2. Las par­tes de la his­to­ria: los prin­ci­pios de co­no­ci­mien­to: la res­pues­ta de Chuang Tzu.

¿Qué decir del prin­ci­pio que Hui Tzu em­pie­za des­car­tan­do y Chuang Tzu ter­mi­na adop­tan­do? En las ver­sio­nes ofre­ci­das, no está muy claro de qué ma­ne­ra ese estar ahí –en el puen­te del río Hao o en el río mismo– pro­vee el co­no­ci­mien­to del fuero ín­ti­mo de un pez: si por mero ates­ti­gua­mien­to de sus ex­te­rio­ri­za­cio­nes o por sutil ex­pe­rien­cia de su in­te­rio­ri­dad, por ejem­plo, o por medio de qué otra magia, téc­ni­ca, me­ca­nis­mo, pro­ce­so o in­ter­pre­ta­ción.
Si se trata de al­gu­na sen­si­bi­li­dad in­trans­fe­ri­ble o in­tui­ción in­son­da­ble, ya no hay dis­cu­sión po­si­ble con Chuang Tzu: sólo queda creer o no en lo que dice, to­mar­lo o de­jar­lo, pero no po­ner­lo a prue­ba, como hizo Hui Tzu. Pero si fuera así, el acto de fe que es­ta­ría pi­dien­do Chuang Tzu des­en­to­na­ría de golpe con el acto de in­te­li­gen­cia que pidió en el turno an­te­rior, cuan­do para exi­mir­se de la prue­ba pe­di­da con­tra­ata­có con el prin­ci­pio del que ahora re­nie­ga, y cuan­do el tema eran los co­no­ci­mien­tos para todos, no las creen­cias de cada uno, que es lo que «no puede ex­pli­car­se con ayuda de nin­gu­na ar­gu­men­ta­ción». Si fuera así, fi­nal­men­te, la pa­rá­bo­la se des­li­za­ría de un “pen­sa­mien­to fi­lo­só­fi­co” a un mis­ti­cis­mo laico.
Con mayor an­sie­dad, otras tra­duc­cio­nes in­clu­yen sus pro­pias res­pues­tas a la cues­tión y hacen un Chuang Tzu más ex­plí­ci­to y pa­la­bre­ro: «Yo co­noz­co el gozo de los peces en el río por el gozo que yo sien­to al ca­mi­nar junto al mismo río»; «¿cómo lo he sa­bi­do? Por vía de ob­ser­va­ción di­rec­ta, desde la pa­sa­re­la de un río»; «yo lo sé que­dán­do­me aquí aten­to al borde del Hao».
Desde ya, la di­fe­ren­cia entre un Chuang Tzu que hace pro­yec­cio­nes o entra en em­pa­tía y otro que prac­ti­ca la ob­ser­va­ción di­rec­ta o aten­ta, todos en­cla­va­dos en sus lo­ca­cio­nes, no está a la al­tu­ra de la que hizo dejar de leer a Bor­ges, en la que com­pe­tían un con­de­na­do a muer­te inin­ti­mi­da­ble y sir­vien­tes que sus­pen­dían su jui­cio es­té­ti­co a ma­za­zos. Pero es una di­fe­ren­cia su­fi­cien­te para apre­ciar los es­fuer­zos her­me­néu­ti­cos de los tra­duc­to­res en un pa­sa­je que juz­gan clave, el del siem­pre es­pe­ra­do re­ma­te sabio de la his­to­ria, el mo­men­to de la en­se­ñan­za, que es la razón de que haya his­to­ria y la de­cla­ra­ción de su sen­ti­do. Úni­ca­men­te en ese pa­sa­je cru­cial del re­la­to hay más que meros ma­ti­ces entre si­nó­ni­mos o irre­le­van­tes di­ver­gen­cias entre datos.

De todas for­mas, el pro­ble­ma para mos­trar un Chuang Tzu sabio y he­roi­co en este re­la­to –una oveja negra de la co­lec­ción– no es qué res­pues­ta logra la mejor for­mu­la­ción de esa pre­sen­cia co­no­ce­do­ra, sino por qué no se la dio antes. De hecho, no fal­tan ver­sio­nes que la ponen a con­ti­nua­ción de la pre­gun­ta de Hui Tzu, re­ba­nan­do sin es­crú­pu­los lo que hay en el medio; la edi­ción re­vo­ca el tras­pié ló­gi­co del que está vol­vien­do Chuang Tzu cuan­do con­tes­ta eso. Tam­po­co fal­tan las ver­sio­nes que cor­tan la his­to­ria en el so­fis­ma de la pri­me­ra res­pues­ta (“si pasa, pasa”: a lo Chuang Tzu), para de­jar­nos un ob­ser­va­dor sen­si­ble y sagaz re­tru­ca­dor que le puso la tapa a un pre­gun­tón mo­les­to.
Las in­ter­pre­ta­cio­nes hacen su ofer­ta: una reivin­di­ca­ción de la sim­pli­ci­dad, una re­ve­la­ción del poder de la ob­ser­va­ción, una pro­mo­ción de la prác­ti­ca y la vi­ven­cia, etc. Pero no im­por­ta qué hizo o quiso hacer Chuang Tzu en el final, con o sin pre­su­po­si­ción de in­su­fi­cien­cia; lo que im­por­ta es que lo hizo tarde y en re­em­pla­zo de su pri­me­ra op­ción, des­ba­ra­ta­da por Hui Tzu. Las sa­li­das de emer­gen­cia no sue­len ser glo­rio­sas.

Tal vez las ra­zo­nes de Chuang Tzu, como los tra­jes de los fal­sos te­je­do­res que en­ga­ña­ron al em­pe­ra­dor, «po­seían la ma­ra­vi­llo­sa pro­pie­dad de con­ver­tir­se en in­vi­si­bles para todos aque­llos que no fue­sen me­re­ce­do­res de su cargo o que fue­sen so­bre­ma­ne­ra ton­tos» (la cita es de “El traje nuevo del em­pe­ra­dor”, en An­der­sen, Hans Ch­ris­tian, Cuen­tos, Alian­za Cien, Ma­drid, 1994, pá­gi­na 10). No puedo des­car­tar estar in­com­pren­dien­do a Chuang Tzu; pero tam­po­co puedo dejar de con­sig­nar ese ries­go des­con­fian­do de su pro­ba­bi­li­dad. A par­tir de que Hui Tzu le re­ba­te la ar­gu­cia mar­cial de pre­ten­der he­rir­lo con su pro­pia arma, el maes­tro Chuang Tzu que puedo en­ten­der se com­por­ta como el em­pe­ra­dor que en la pro­ce­sión se niega a en­tre­gar­le su dig­ni­dad aris­to­crá­ti­ca a la razón; la di­fe­ren­cia es que el em­pe­ra­dor al menos la re­co­no­ce cuan­do se la mues­tran (pá­gi­na 16, en el final del cuen­to):

«–¡Pero si no lleva nada! –dijo un niño.
–¡Dios mío, oíd la voz de la inocen­cia! –dijo su padre, y unos a otros cu­chi­chea­ban lo que el niño había dicho.
–¡Pero si no lleva nada pues­to, dice un niño que no lleva nada pues­to!
–¡No lleva traje! –gritó al fin todo el pue­blo.
Y el em­pe­ra­dor se sin­tió in­quie­to, por­que pensó que te­nían razón, pero se dijo:
–Debo se­guir en la pro­ce­sión.
Y se ir­guió con mayor arro­gan­cia y los cham­be­la­nes le si­guie­ron por­tan­do la cola que no exis­tía.»


No hay comentarios