El enral y la zila azul





Historieta de dos aprendizajes

Primera viñeta. X cuenta cómo aprendía castellano el que iba a ser su padre, recién llegado de la vascongada francesa, cuando trabajaba de peón en el sur de la provincia de Santa Fe:
–Che, a ver, el enral, buscá el enral.
Enral, enral, enral... –se aleja repitiendo para sí. Entra a un galpón y le pregunta al primero que encuentra:
–¿El enral?
–¡Ahí, idiota! ¿No lo ves?

Segunda viñeta. En otra evocación, X tiene unos 5 años (estamos a mediados de la década de 1930). Hay una palabra que lo intriga. La ha usado varias veces su madre en una frase orgullosa, con la que siempre espera zanjar una discusión sobre cualquier tema, con el peso de la autoridad para hablar y tener razón que le da una experiencia importante:
–¡¿Qué me va usted a decir a mí, si yo crucé la zila azul?!

Tercera viñeta. Otro día, con la misma edad, X y su padre avanzan en una chata con un sembradío de lino al costado. Es extenso, como conviene a algo cruzable, aunque no es azul, como dice la frase. Lo que cumple parece más importante que lo que no cumple; lo cruzable parece menos contingente que lo azul.
Pero hay algo tal vez más dudoso que el color disonante: la solución campo de lino a la incógnita zila no logra explicar la jactancia de la frase; cruzar un campo de lino (así la imagina ahora a su madre el chico X) no parece algo que deba infundir tanta admiración o respeto como ella espera, o a él se le escapa un mérito que para un adulto debe ser evidente.
Entre la confirmación tímida y la averiguación, X interrumpe el largo silencio del viaje para sacarse la duda; señala el campo de lino y pregunta:
–Papá, ¿esto es la zila?
El padre lo mira, sonríe y sigue manejando la chata sin decirle nada.

Esbozo de una cuarta viñeta, que puede no estar. Años después, X finalmente aprende qué es la zila (gracias a que recibe y comprende más información verbal, por ejemplo, o a que ve un cuadro, una foto o la zila misma). Entiende entonces la frase de su madre (ya sabe o sabrá que ella se había casado con la condición de volver a la Amérique, donde había nacido y vivido hasta los 3 años). A su manera, X entiende también la respuesta silenciosa del padre, pero le queda la duda de si no hubiera sido la misma (o una muy parecida) la que le habría dado ante la genuina zila.

Sobre la historieta de dos aprendizajes

En los dos casos se trata de averiguar cuál es el sentido de una palabra. Fuera de eso, los aprendizajes difieren minuciosamente, todo lo que pueden, en todos sus detalles, como anagramas sin ninguna coincidencia.
Empecemos por los desafíos, que hacen de encrucijadas. A sus 5 años, X todavía no sabe qué es la zila pero ya está enterado de cómo se le dice en su primera (o única) lengua. A sus veintitantos, el que iba a ser su padre ya sabe qué es un enral pero todavía no está enterado de cómo se le dice en su segunda lengua (ni está enterado, por lo tanto, de que eso es lo que le han pedido). Como se ve, en el planteo del problema los personajes difieren en el impulso y en la tónica de sus averiguaciones: uno tiene curiosidad por saber, el otro necesidad de enterarse.
Luego, en el medio, en el encare del problema, difieren en la dirección en que hacen las conexiones: el padre va de la palabra a la cosa (y vuelve a una palabra de su idioma: su aprendizaje se consuma en una traducción); el hijo va de la cosa a la palabra (su aprendizaje se frustra porque no logra la definición que necesita con el candidato que postula). Demorémonos un poco en esta diferencia, para verla de cerca o por dentro.
La palabra de la que va el padre –“enral”– le es nueva, desconocida; la cosa a la que va –un enral– ya le era conocida (de ahí que la reconozca), pero también podría haberle sido desconocida hasta ese momento. La cosa de la que va el hijo –un campo de lino– puede serle nueva o –más probable– conocida. La palabra a la que va –“zila”– le es nueva, desconocida. O sea que el matrimonio cosa-palabra que puede haber en la experiencia del chico o bien es mixto (conocida-nueva) o bien es entre vírgenes (nueva-nueva). Más adelante seguiré con la diferencia de efectos que tienen estos matrimonios.
En los recorridos también difieren las estrategias: uno pregunta para hacer que le señalen y entonces ver y saber; el otro ve algo y señala, y pregunta para saber. Ya en el final, los resultados también difieren: el padre de X reconoce un enral (y lo mismo si lo estuviera conociendo por primera vez: con un objeto desconocido habría tenido la misma dependencia de la precisión con que el otro se lo localiza); X malreconoce la zila, que no termina de descubrir que todavía no conoce. Hasta que eso no ocurra, esa palabra será para él lo que “azul” o “rojo” son para un ciego de nacimiento, e indefectiblemente fracasará en asociarla con algo que conozca, como puede ser un campo de lino.
Por supuesto, contribuye a esos desenlaces opuestos la brecha de formación que hay entre los aprendices: de un lado, alguien astuto y con experiencia acumulada; del otro, alguien cándido y en los inicios de su acumulación personal. Como es lógico y contrastante, al menos formado le toca el aprendizaje de mayor dificultad y novedad; veamos en qué condiciones.

Volvamos al nudo del asunto. X quiere saber qué es algo nombrado por una palabra que escuchó de figurante, al costado de una charla entre adultos. Metido en la escena, no puede saber si ya conoce o no ese algo referido por “zila”, como nosotros podemos reponer que no desde afuera y después. Para él puede tratarse de un nombre nuevo para una cosa conocida, que debe descubrir cuál para poder ampliar su vocabulario (como antes su padre con “enral”), o puede tratarse del nombre de una cosa desconocida, que debe incorporar a su inventario del mundo. Es decir: no puede saber de antemano si está trabajando para un diccionario bilingüe (como terminó trabajando su padre, que tenía la palabra francesa para “enral”) o para uno monolingüe (como habría trabajado su padre si el objeto señalado no hubiera tenido nombre en su lengua o él no lo conociera).
El sentido de la pregunta ante el campo de lino cambia según X conozca o no además los campos de lino. Si ya los conoce, lo que busca averiguar es si hay equivalencia (si esos sembradíos y las zilas son la misma cosa) y co-referencialidad (si esos nombres diferentes nombran la misma cosa). En cambio, si ése es su primer encuentro con un campo de lino en su infancia rural y mediterránea, lo que busca averiguar es si finalmente ha encontrado lo nombrado por “zila”, así de paso mata dos pájaros de un tiro. (Para decirlo de otro modo: busca averiguar si hay referencia de la palabra sobre la cosa, si se pueden unir esas dos cosas desconocidas sueltas –una simbólica y otra real– para hacer un conocimiento nuevo.) Cualquiera sea su búsqueda, la hace a partir de los indicios que le deja la frase que lo intriga, y sin que nadie se lo haya pedido.

Pese a lo escueto y estandarizado del pedido que le hacen, el padre de X tiene al menos dos indicios de cómo o qué es un enral, aunque apenas sean que es algo llevable (lo infiere de qué le piden que haga con el enral) y que probablemente es una herramienta de campo (lo infiere de la situación y el entorno –de tareas rurales– en que le hacen el pedido). Pero, a diferencia de lo que hará su hijo con los indicios que logre inferir, él no usa los suyos más que para verificar que la cosa localizada no los contradice, porque la identificación en sí la alcanza con esa localización que se gana actuando.
Por lo peculiar de la frase que no lo deja, X tiene dos indicios de cómo es una zila; por su corta experiencia, sólo eso tiene, además de la ansiedad por usarlo que le provoca la intriga. Lo que en su niñez deja a X sin conocer el significado de “zila”, y sin terminar de comprender la frase donde está, es esa insuficiencia, y no una mala hipótesis, un mal uso de los indicios disponibles (de hecho, su duda y su consulta lo muestran consciente del riesgo de apostar por un candidato incompleto, meritorio a medias).
Lo anterior no pretende disminuir (ni aumentar) el yerro de X; la idea es ponerlo en perspectiva deslindando los factores a los que atribuírselo. Es obvio que una zila es algo muy diferente a un campo de lino. Pero reducidos sus rasgos a los que podía inferir X de la frase orgullosa, ese combo coincidía parcialmente con uno de un campo de lino, tal vez el primer candidato a cubrir el significado vacante de “zila” en la historia y el mundo limitados de X (ya fuera ésa la primera vez que veía esa extensión verde o sólo la primera vez –o la única– que le probaba el traje de zila). El modo y el medio del cruce, su motivación o su finalidad, su duración, eran rasgos que X no podía conocer. Sólo había ahí, al alcance de su dedo índice, algo atravesable (rasgo definitorio y estructural, tal vez difícil como una hazaña, tal vez sólo extenso y trabajoso –como era el caso) pero verde (rasgo acaso sólo distintivo, presente en el postulante y ausente en los requisitos). Lo señala y pregunta con la duda y la esperanza de estar acertando.
Redondeemos el punto. No podemos saber si a X le habría faltado capacidad para discernir entre candidatos a ser la zila; sabemos que aquella vez le faltó uno mejor. La trama insuficiente de rasgos que X había podido extraer de la frase se presentó a una tentativa de identificación en reemplazo de alguna noción o representación de la zila, adquirida por experiencia o por información. La tentativa fracasó. Vista desde afuera o en retrospectiva, advertida su exorbitancia, cabía esperar que fracasara, como ocurre con las tentativas de los héroes de una tragedia kafkiana.

Terminemos en la duda de la cuarta viñeta, la del día del aprendizaje postergado. Podemos suponer que, si X pudo sospechar de algo (conocido o desconocido) que tenía lo cruzable pero carecía de lo azul, con mayor razón habría sospechado de algo que tuviera ambos rasgos. Como aun así –supongamos– le habría preguntado al padre, cuando X imagine la escena no se resolverá a creer e imaginar (dudará) si en ese caso el padre le habría contestado algo distinto o lo mismo.
Serían abarcativos hasta la vaguedad la sonrisa y el silencio del padre de X si cubrieran por igual la intuición certera y la ingenuamente disparatada (hay que estar muy lejos de saber qué es la zila para creerla capaz de ser un campo de lino). Son estímulos demasiado diferentes como para no esperar reacciones diferentes; tener la misma respuesta haría del padre de X un personaje más excéntrico de lo que la historieta permite atribuir, excepto por la duda que experimenta X al final de la cuarta viñeta, que puede no estar.

Hay 3 comentarios:

Dilettante
26 de diciembre de 2009, 12:29

¿Cabe la posibilidad de que el lino estuviera en flor y listo para ser enriado, y que entonces lo que haya descubierto X fuera la metáfora? En cuanto a su padre es claro por su sonrisa y su silencio, que lo que experimenta y/o aprende es el placer por la poesía. Muy otra y aburrida imagino la vida a través de la real zila.


el Zambullista
30 de diciembre de 2009, 6:28

Nada sé de que “el lino estuviera en flor y listo para ser enriado”, pero es verdad que algo de metafórico hay en el juego de X. Es muy probable que las cosas que me hizo pensar tu posibilidad de que X estuviera descubriendo la metáfora vayan en otro sentido que el tuyo, lo que tampoco debería ser tan grave si el desvarío es consistente. Como no tengo la esperanza de ser pertinente en la respuesta que puedo dar, voy a apostar a ese valor de consistencia que pueda darle identidad al desvío involuntario, una trama propia que ojalá sea de interés.
No sé si ésa fue la primera experiencia de una metáfora que tuvo X, como parece sugerir lo de “descubrimiento” que escribís. A diferencia de su padre con el enral, X no llegó a enterarse de que así se le decía también a eso que hacía: metaforizar, asociar por semejanza dos cosas, lo que también puede ser identificar. Además de fallar en la identificación, X no supo que el juego del veo-veo que estaba jugando con la zila (en lugar de un color hubo un combo mínimo de rasgos a encajar, uno de los cuales era un color) se emparentaba con el juego de las adivinanzas y las caricaturas que se hacen metaforizando.
Relacionar esos juegos como parientes me resulta más prudente que identificar uno con otro, decir que son lo mismo porque tienen algo en común, como es la misma base o principio de asociación, la similaridad como criterio de conexión. El resto son diferencias, y vale la pena mostrarlas.
A partir de los rasgos cruzable y azul, X intenta saber qué es algo a través de esta­ble­cer una equi­va­len­cia o identi­dad conec­tan­do dos cosas por seme­jan­za. El que meta­fo­ri­za hace lo mismo, pero adrede y no para averi­guar un signifi­ca­do, sino para ver­sio­nar­lo. Por ejemplo, y sin ir más lejos, recientemente, en la primera poesía de lo que proyecta que sea su autobiografía poética, el propio X versionó el campo de lino metaforizándolo con aquello que erró en identificar con el campo de lino, o sea, la zila (man­te­nien­do la sus­ti­tu­ción, del tercer al quinto verso dice así: “Verde lino, / verde zila, / azul zila.”).
Resumo. El efecto de aprender un nuevo significado, si la averiguación tiene éxito (como no es el caso), y el efecto de versionar uno bien conocido (cuanto más, más son los rasgos disponibles para la performance metafórica) son la diferencia principal entre las dos asociaciones por semejanza, la de una definición, identificación o reconocimiento y la de una metaforización. Y si obviamos esta distinción, si hubo una novedad (el descubrimiento de la metáfora en la conexión fallida) bien pudo pasarle desapercibida a X el definidor, como a Colón la de haber arribado a un continente que en Europa se desconocía.


el Zambullista
30 de diciembre de 2009, 7:37

En cuanto al padre de X, conocedor de zilas y campos de lino, creo –y creo que como vos– que dispuso de la mejor perspectiva para verle el costado metafórico a la definición ilustrada que arriesgó su hijo (eso entiendo por su experiencia y/o aprendizaje del “placer por la poesía”). Vio al mismo tiempo la distancia y la razón que hacen insólito y comprensible el contacto entre el sembradío y la zila, mezcla que le provocó una reacción mixta. Vio demasiada distancia como para corregírsela (tal vez por eso guardó silencio), pero no tanta como para que ese cruce de cosas fuera un dislate arbitrario y sin la gracia de un desajuste lógico (tal vez por eso sonrió).