Identidades dobles



Cinco y un casos

Si se tiene una iden­ti­dad pos­ti­za y se­cre­ta, es que de­ba­jo se tiene una ori­gi­nal y pú­bli­ca. No se puede tener sólo una iden­ti­dad pos­ti­za, se la ex­hi­ba o se la ocul­te. Vi­si­ble o in­vi­si­ble, se puede tener sólo una iden­ti­dad ori­gi­nal, la que viene de fá­bri­ca, la pú­bli­ca y por de­fault; bas­ta­rá con no andar por ahí des­do­blán­do­se en se­cre­to.
En­ton­ces, si se va a tener al­gu­na iden­ti­dad, se puede tener:
1) sólo una iden­ti­dad pú­bli­ca vi­si­ble (ver­da­de­ra, un ciu­da­dano común y co­rrien­te; falsa, un im­pos­tor; nueva, un tes­ti­go tras­la­da­do con iden­ti­dad cam­bia­da);
2) sólo una iden­ti­dad (pú­bli­ca o no) in­vi­si­ble (al­guien es­con­di­do o ig­no­ra­do o mi­me­ti­za­do como un pulpo);
3) una iden­ti­dad pú­bli­ca in­vi­si­ble y otra pos­ti­za vi­si­ble (un su­per­hé­roe o un vi­llano siem­pre dis­fra­za­dos, sin du­pli­ci­dad per­so­na-per­so­na­je, como puede ser Ga­tú­be­la);
4) una iden­ti­dad pú­bli­ca vi­si­ble –ver­da­de­ra o apó­cri­fa– y otra pos­ti­za in­vi­si­ble (un in­for­man­te o un espía);
5) una iden­ti­dad pú­bli­ca vi­si­ble (Diego de la Vega) y otra pos­ti­za tam­bién vi­si­ble (el Zorro).
Es po­si­ble en­con­trar­le una sexta pata al caso, pero tal vez no una sép­ti­ma. Si hay más pa­pe­les en el re­par­to, lo mejor que le puede pasar a esta gri­lla (a su efi­ca­cia pre­dic­ti­va) es que haya uno y reali­ce el combo res­tan­te: una iden­ti­dad pú­bli­ca y otra pos­ti­za, ambas in­vi­si­bles. Por el doble cruce de ras­gos, sería el caso del Zorro es­con­di­do (o sea, Diego de la Vega dis­fra­za­do de Zorro y es­con­di­do) y tam­bién el de un espía siem­pre es­con­di­do (menos vi­si­ble aun que el agen­te 13, al que a veces –creo que todas las que se lo ve– se lo ve con­ver­san­do desde su es­con­di­te con Max­well Smart).
Sobre el final del en­sa­yo voy a ar­gu­men­tar que estos dos com­bos no tie­nen caso, que son poco menos que vanos. Pero hay un caso que sí tiene y que no es poco menos que vano: el de esa doble in­vi­si­bi­li­dad sería tam­bién el caso de un dis­fra­za­do (de go­ri­la, por ejem­plo) que lo­gra­ra pasar inad­ver­ti­do sin es­con­der­se, in­clu­so ex­hi­bién­do­se. Para desa­rro­llar­lo con la li­ber­tad de ir adon­de nos lleve, su aná­li­sis lo voy a col­gar del final del en­sa­yo.
Es­con­di­das, si­mu­la­cio­nes, alter egos y di­si­mu­los. Para lo que me in­tere­sa di­va­gar, voy a dejar de lado los pa­pe­les de iden­ti­da­des sim­ples y a de­di­car­me a los casos donde hay du­pli­ci­dad, es decir, a es­pías y su­per­hé­roes de iden­ti­da­des do­bles.

Casos 4 y 5

            El héroe re­mo­za­do y un nuevo vi­llano, hijo de otro que fue di­rec­tor de la CIA ¡en 1976!

Ambos lle­van, en­ton­ces, una doble vida. En ambos casos, el se­cre­to está den­tro de la co­mu­ni­dad: el do­bla­do vive entre pares, sea oriun­do o ex­tran­je­ro. En un caso, la co­mu­ni­dad no sabe que uno de los suyos lleva una doble vida; en el otro, lo que no sabe es quién de los suyos lleva una doble vida (el im­pos­tor o usur­pa­dor de iden­ti­dad no tiene una doble vida, sino una falsa, toda fin­gi­da). El pri­mer caso es el de un espía y su ac­tua­ción si­gi­lo­sa o in­sos­pe­cha­ble, su in­fil­tra­ción exi­to­sa; el se­gun­do, el de un su­per­hé­roe como el Zorro y su ac­tua­ción os­ten­si­ble y casi siem­pre es­pec­ta­cu­lar (si­mul­tá­neas de es­gri­ma y retos es­pe­cia­les, ca­bal­ga­tas pe­li­gro­sas, per­se­cu­cio­nes, ma­la­ba­res en sogas y te­ja­dos, etc.). Para el caso de la doble vi­si­bi­li­dad, el mo­men­to de al­ter­nar de iden­ti­dad puede ser vo­lun­ta­rio o in­vo­lun­ta­rio, re­te­ni­do u ol­vi­da­do (por ejem­plo, entre Diego de la Vega y el Zorro, para las pri­me­ras op­cio­nes; y entre Dr Jekyll y Mr Hyde, para las se­gun­das).
Mien­tras Diego de la Vega tiene una iden­ti­dad se­cre­ta, al­guien que espía tiene como se­cre­to la exis­ten­cia misma de su otra iden­ti­dad (si cam­bia de nom­bre) o de su otra ac­ti­vi­dad (si no cam­bia, y lleva dos vidas bajo un mismo nom­bre, como hacen los so­plo­nes e in­for­man­tes afi­nes). (Un espía puede de­ve­nir enig­ma, per­so­na­je mis­te­rio­so, si se ave­ri­gua que hay uno pero no to­da­vía quién, que es cuan­do em­pie­za la bús­que­da y ela­bo­ra­ción de sos­pe­cho­sos.)

Caso 5

1



            “Mas­que­ra­de for mur­der”, epi­so­dio 35 de la 2º tem­po­ra­da de El Zorro.

Em­pe­ce­mos dis­tin­guien­do entre un dis­fra­za­do en serio, que así se es­con­de, y un ca­rac­te­ri­za­do, que es un dis­fra­za­do lú­di­co que se ex­hi­be. Diego de la Vega se dis­fra­za para ocul­tar su iden­ti­dad cuan­do actúa di­fe­ren­te (sería ab­sur­do que hi­cie­ra las mis­mas cosas con o sin dis­fraz); el Sar­gen­to Gar­cía y los demás asis­ten­tes a la fies­ta de dis­fra­ces lo hacen para jugar, como en car­na­val, a que tie­nen otra iden­ti­dad (las adi­vi­nan­zas po­si­bles son cuál y quién).
Para hacer de ver­du­go de Su Ex­ce­len­cia/Nerón, un doble de la iden­ti­dad de ju­gue­te que tiene don Ale­jan­dro, que está dis­fra­za­do de ver­du­go, in­ten­ta ma­tar­lo en el es­ta­blo para sus­ti­tuir­lo en la fies­ta (y que el muer­to pos­da­ta­do venga a sus­ti­tuir­lo en la culpa).*
Breve di­gre­sión hacia el cuen­to de Bor­ges “Aben­ja­cán el Bo­ja­rí, muer­to en su la­be­rin­to”: en la ver­sión de Unwin, el au­tén­ti­co Aben­ja­cán viene a sus­ti­tuir en el rol de víc­ti­ma al falso Aben­ja­cán, que es el vic­ti­ma­rio Zaid de carne y hueso (ahí el dis­fraz es un bo­rra­do del ros­tro, no un agre­ga­do).
El Zorro frus­tra la se­cuen­cia, dia­lo­ga de­ba­jo del dis­fraz con su padre, y a la char­la se suma un re­la­ja­do Sar­gen­to Gar­cía/Nerón, que con­fun­de al “fo­ra­ji­do” con un ca­rac­te­ri­za­do.
Re­pa­se­mos: un Nerón le pide al otro que se aleje de su vista, para di­vi­dir­se el te­rri­to­rio y evi­tar la con­vi­ven­cia con su doble; un ver­du­go in­ten­ta tener usur­pa­da la iden­ti­dad de otro a la vista de todos, para eje­cu­tar (si­guien­do con la si­lep­sis) en su nom­bre a un ter­ce­ro; a la vista del Sar­gen­to Gar­cía, el Zorro pasa por in­vi­ta­do. Un doble pú­bli­co, un doble im­pos­tor y un doble ima­gi­na­rio: las po­si­bi­li­da­des mi­mé­ti­cas con­vier­ten una fies­ta de dis­fra­ces en un la­be­rin­to de es­pe­jos.

2


            “Pre­sen­ting Señor Zorro”, epi­so­dio 1 de la 1º tem­po­ra­da de El Zorro.

En rigor, Diego de la Vega no tiene una doble vida sino dos: una por ocul­tar­se con el dis­fraz de Zorro y otra por di­si­mu­lar su va­len­tía y su lu­ci­dez fin­gien­do ser un torpe inofen­si­vo y un pu­si­lá­ni­me: un mero le­tra­do (todo por culpa de la ago­ra­fo­bia que le pro­vo­ca cual­quier otro mundo que no sea el de las artes y las cien­cias, en cuyo ais­la­mien­to se le atro­fian la mo­tri­ci­dad y la au­da­cia).
Con el dis­fraz de esa ac­tua­ción de cor­de­ro, Diego de la Vega equi­dis­ta de la cua­li­dad del león que él es­con­de (la fuer­za) y de la del zorro que lo es­con­de (la as­tu­cia), acaso por­que estas ca­ren­cias de­fi­nen mejor que otras lo que es ser inofen­si­vo.
Como sea, en la mejor tra­di­ción de los per­so­na­jes de Lewis Ca­rroll, el Zorro es un per­so­na­je que nace de un dicho po­pu­lar (un pro­ver­bio, en su caso). El mo­men­to del na­ci­mien­to con­clu­ye con la adop­ción de una firma, que el par­tu­rien­to Diego de la Vega hace y mues­tra por pri­me­ra vez, a Ber­nar­do y a los te­le­vi­den­tes, sobre una par­ti­tu­ra, es decir, sobre uno de los im­ple­men­tos del dis­fraz de cor­de­ro.
A par­tir de ahí, darse la oca­sión y la maña para tra­zar esa rú­bri­ca de sus obras y marca de su cas­ti­go sobre puer­tas, pan­zas y uni­for­mes, será una de las evi­den­cias en vivo de la su­fi­cien­cia y ha­bi­li­dad del Zorro en la es­gri­ma.

3


Como me co­men­tó Luz en un mail, tam­bién Su­per­man tiene tres iden­ti­da­des: una na­ti­va (la ex­tra­te­rres­tre de Kal-El), otra na­tu­ra­li­za­da (la or­di­na­ria de Clark Kent) y otra por op­ción (la ex­tra­or­di­na­ria de Su­per­man, que no es hom­bre y sólo entre hom­bres es súper). De las dos elec­ti­vas, hay una iden­ti­dad (la pú­bli­ca) en la que Kal-El di­si­mu­la los po­de­res con los que llega a la Tie­rra en un moi­sés in­ter­es­te­lar, y otra en la que los usa (la se­cre­ta).
Análo­ga­men­te, en Los Án­ge­les Diego de la Vega di­si­mu­la con el dis­fraz de cor­de­ro le­tra­do los po­de­res con los que vuel­ve de Es­pa­ña –ad­qui­ri­dos en tres años de for­ma­ción, no en la cuna–, y los usa con­ver­ti­do/dis­fra­za­do en el Zorro.
Los des­en­mas­ca­ra­mien­tos de uno y otro tie­nen el mismo po­ten­cial de daño; ser co­no­ci­do es ser vul­ne­ra­ble. Para pre­ve­nir­los, ambos di­si­mu­los re­cu­rren a los ar­gu­men­tos de inocen­cia de la pu­si­la­ni­mi­dad y la tor­pe­za, que están en las an­tí­po­das de los ras­gos que ca­rac­te­ri­zan la iden­ti­dad a des­en­mas­ca­rar.

Sobre esas di­fe­ren­cias re­la­ti­vas a cómo y de dónde pro­vie­nen cada uno y sus po­de­res, se monta una di­fe­ren­cia re­la­ti­va a las con­se­cuen­cias y a la vi­si­bi­li­dad de cada fi­lia­ción u ori­gen.
Su­per­man es un dis­fraz y un alter ego de Clark Kent, que es la im­pos­tu­ra te­rres­tre del ex­tra­te­rres­tre Kal-El, que es la iden­ti­dad ori­gi­na­ria cuyo des­cu­bri­mien­to aca­rrea el de su vul­ne­ra­bi­li­dad (“no ol­vi­de­mos que fi­nal­men­te todos sus pro­ble­mas gra­ves –y los peo­res ar­chi­ene­mi­gos– de­ri­van de esta ter­ce­ra iden­ti­dad”, es­cri­be Luz).
Análo­ga­men­te, el Zorro es un dis­fraz y un alter ego del Diego de la Vega re­gre­sa­do, que es la im­pos­tu­ra ca­li­for­nia­na –co­bar­de y torpe– del Diego de la Vega que en Es­pa­ña le sumó a su va­len­tía ju­ve­nil, im­pul­si­va, la des­tre­za con la es­pa­da y la ma­du­rez de un es­tra­te­ga.
Pero al hijo de uno de los ha­cen­da­dos más im­por­tan­tes de Ca­li­for­nia su ori­gen (so­cial, ya que no bio­ló­gi­co), que en vez de se­cre­to no deja de ser os­ten­si­ble, lo dota de una in­mu­ni­dad es­pe­cial, una res­pe­ta­bi­li­dad y una pro­tec­ción su­pe­rio­res: todo lo con­tra­rio de una vul­ne­ra­bi­li­dad.

Algún otro de su clase uti­li­za esas ven­ta­jas para con­so­li­dar­las con in­jus­ti­cias im­pu­nes, suel­to o alia­do a la au­to­ri­dad de turno. Diego de la Vega, en cam­bio, las uti­li­za para in­so­len­tar­se con la au­to­ri­dad in­jus­ta bien in­mu­ni­za­do; o sea, para ser abier­ta­men­te la ver­sión tes­ti­mo­nial de una moral jus­ti­cie­ra, de la que el Zorro es de un modo clan­des­tino la ver­sión eje­cu­ti­va.
La fuer­za in­su­fi­cien­te de la pri­me­ra ver­sión, que es po­lí­ti­ca, pro­vie­ne de una per­te­nen­cia de clase; la fuer­za exi­to­sa de la se­gun­da, que es gue­rre­ra, es mé­ri­to de un so­li­ta­rio, uno que está al mar­gen de la ley y de la co­mu­ni­dad que con ella se con­tro­la y re­gu­la: un fo­ra­ji­do con re­com­pen­sa de cap­tu­ra. De él no se dis­cu­te desde dónde actúa, sino sólo en con­tra o a favor de qué: o en con­tra de la ley y el orden, para quien los usa con la am­bi­ción de vol­ver­se más po­de­ro­so y más rico (Mo­nas­te­rio) o cons­pi­ran­do para uno así (los agen­tes del Águi­la); o a favor de una “ver­da­de­ra” jus­ti­cia, según aque­llos para quie­nes el Zorro les da lo que la au­to­ri­dad les niega, les quita o no evita ni re­vier­te que otros –un pa­trón abu­si­vo, un aven­tu­re­ro con co­di­cia, un sim­ple la­drón– les nie­guen o les qui­ten.

En la serie, el pro­ce­so de “des­fo­ra­ji­za­ción” del Zorro tiene su clí­max cuan­do, en vez de pe­lear con­tra los sol­da­dos del Rey, pelea junto con ellos con­tra un enemi­go ex­tran­je­ro y su tí­te­re local, ti­rá­ni­co e ines­cru­pu­lo­so, según son re­pre­sen­ta­dos los mo­vi­mien­tos in­de­pen­den­tis­tas (la ban­de­ra es­pa­ño­la llega a ser arria­da y re­em­pla­za­da por la del Águi­la; la ti­ra­nía de Mo­nas­te­rio fue siem­pre la de un súb­di­to de la co­ro­na, in­jus­to pero leal).
En cam­bio, Su­per­man es de en­tra­da un jus­ti­cie­ro tam­bién para las au­to­ri­da­des, que sue­len verse su­pe­ra­das por los vi­lla­nos y opor­tu­na­men­te asis­ti­das por “el gran Boy Scout azul”.

4


            “The fall of Mo­nas­ta­rio”, epi­so­dio 13 de la 1º tem­po­ra­da de El Zorro.

Ju­gan­do con otro dicho, este Zorro no cam­bia de pelo ni de maña. Tam­po­co le con­ven­dría ha­cer­lo: si per­die­se el pelo, la mo­di­fi­ca­ción si­mul­tá­nea en Diego de la Vega y en el Zorro po­dría hacer sos­pe­char a al­guno. De hecho, po­dría ha­ber­se usado el cam­bio de pe­la­je para de­tec­tar la cons­tan­cia de la maña y la iden­ti­dad del ma­ñe­ro. Des­vié­mo­nos por acá.
Sa­bien­do que el dis­fra­za­do es uno de nues­tra co­mu­ni­dad, po­de­mos des­car­tar a una parte de los va­ro­nes: los que no tie­nen bi­go­te. Ya hecho el censo de los que tie­nen, lo peor que po­dría hacer el Zorro sería afei­tar­se. Si al pri­me­ro de la lista con bi­go­te se le pide que se afei­te y el Zorro hace su nueva apa­ri­ción con bi­go­te, el hom­bre queda des­car­ta­do; si apa­re­ce sin bi­go­te, queda des­cu­bier­to (todos los bi­go­tu­dos que­dan des­car­ta­dos y es el único sin bi­go­te no des­car­ta­do antes, cuan­do el Zorro tenía). La su­ce­sión de des­car­tes es fi­ni­ta: el úl­ti­mo po­si­ble es el des­car­te del pe­núl­ti­mo sos­pe­cho­so; por des­car­te, el si­guien­te debe ser el Zorro, ya sea que se lo afei­te (es el úl­ti­mo sin bi­go­te y el Zorro apa­re­ce sin bi­go­te) o que no se lo afei­te (es el único con bi­go­te y el Zorro apa­re­ce con bi­go­te). De los que van a ser afei­ta­dos, el Zorro tiene que ser, a más tar­dar, el úl­ti­mo, cuan­do ya no se ne­ce­si­ta que se lo afei­te.

Caso 6 a par­tir de 5

Aco­rra­la­do por los bar­be­ros, la op­ción que le que­da­ría al Zorro, si no re­nun­cia­ra a ac­tuar, sería man­te­ner­se ocul­to. Pero si es­tu­vie­ra siem­pre de in­cóg­ni­to, sería su­per­fluo que tu­vie­ra una iden­ti­dad se­cre­ta. Si va a per­ma­ne­cer es­con­di­do y lo logra, el dis­fraz es­con­de va­na­men­te su iden­ti­dad pú­bli­ca: el Zorro y Diego de la Vega están es­con­di­dos in­di­so­lu­ble­men­te jun­tos. Un es­con­di­do dis­fra­za­do está tan inú­til­men­te dis­fra­za­do que lo mismo val­dría que es­tu­vie­ra des­nu­do.
Por su­pues­to, des­cu­brir el es­con­di­te fijo del Zorro es avan­zar hacia el de­ve­la­mien­to de ese es­con­di­te por­tá­til que es el dis­fraz (un tipo es­con­di­do en un buzón que se mueve es más bien uno dis­fra­za­do de buzón). (En la serie, al­gu­nos per­se­gui­do­res ter­mi­nan pa­gan­do el pri­vi­le­gio de uno o ambos co­no­ci­mien­tos con sus vidas, co­bra­das en un ma­len­ten­di­do o en un ac­ci­den­te fa­tal­men­te fa­ta­les.)

Caso 6 a par­tir de 4

Un es­con­di­do puede ser un buen espía, pero un espía que esté siem­pre es­con­di­do es un espía li­mi­ta­do; al menos, es la mitad de hábil y de útil que uno que pueda al­ter­nar a dis­cre­ción entre el estar es­con­di­do y el mi­me­ti­zar­se entre la gente sin ser des­cu­bier­to ni sos­pe­cha­do. En cam­bio, el que no deja de estar es­con­di­do, si espía, es un espía que, en cuan­to a roles, tiene de es­pe­cia­li­za­do lo que tiene de aco­ta­do, como el agen­te 13: es el único en tener el único rol que tiene, que es el de una vi­gi­lan­cia per­ma­nen­te de in­cóg­ni­to.
La en­tre­ga de la in­for­ma­ción ob­te­ni­da es una fun­ción ne­ce­sa­ria de ese rol, no otro rol, pero que a la vez ma­lo­gra su pu­re­za: el ocul­ta­mien­to deja de ser per­fec­to o con­ti­nuo. Pero sin esas ex­cep­cio­nes in­for­ma­ti­vas, el rol pier­de sen­ti­do: los co­no­ci­mien­tos de un espía que no se puede re­por­tar son per­fec­ta­men­te inú­ti­les, me­ra­men­te con­je­tu­ra­bles, como si pu­sié­ra­mos una cá­ma­ra de vi­gi­lan­cia que no pu­die­ra mos­trar lo que capta.

Caso 2, casi 6

            BBC, ¿Dónde están los aliens?

            “Mo­nas­te­rio sets a trap”, epi­so­dio 7 de la 1º tem­po­ra­da de El Zorro

En la in­tro­duc­ción dije que me iba a res­trin­gir a casos de doble iden­ti­dad. Para se­guir el tema de la es­con­di­da per­pe­tua, acep­te­mos la ex­cep­ción del caso del se­gun­do epí­gra­fe.
De un pulpo que se mi­me­ti­za al punto de cuasi me­ta­mor­fo­sear­se*
La per­fec­ción del mi­me­tis­mo ya no es mi­me­tis­mo: es cam­bio de iden­ti­dad. El sueño de mayor na­tu­ra­lis­mo de un dis­fraz es ha­cer­se carne y ser piel. Y esa me­ta­mor­fo­sis es tam­bién su lí­mi­te: ahí ya no hay un dis­fra­za­do, hay un trans­for­ma­do). Cuan­do el dis­fraz se hace in­de­tec­ta­ble (im­per­ci­bi­ble y no in­fe­ri­ble), su exis­ten­cia se hace con­je­tu­ral, si es que llega a plan­tear­se (pro­ba­ble­men­te en una dis­cu­sión bi­zan­ti­na).
puede de­cir­se que tiene una doble iden­ti­dad: la que Na­tu­ra le dio, de pulpo, y la que su Sa­la­man­ca le pres­ta, de alga. Pero no puede de­cir­se lo mismo de un sol­da­do es­con­di­do para una em­bos­ca­da: la suya es ahí una iden­ti­dad sim­ple y pú­bli­ca (con agre­ga­do de pro­fe­sión) in­vi­si­ble. Lejos de ocul­tar como un dis­fraz, un uni­for­me ex­hi­be y hace que uno se haga ver, más allá de que tanta vi­si­bi­li­dad ande cir­cuns­tan­cial­men­te ocul­ta.
Si no lle­ga­ra la con­tra­or­den de Mo­nas­te­rio, las ins­truc­cio­nes de la “pre­cau­ción es­pe­cial” que ha to­ma­do el Sar­gen­to Gar­cía con­ver­ti­rían en per­ma­nen­te esa cir­cuns­tan­cia, con un con­jun­to de sol­da­dos li­mi­ta­dos a re­fle­jar ini­cia­ti­vas, pri­va­dos de te­ner­las. (El ocul­ta­mien­to per­fec­to y con­ti­nuo su­ce­de esta vez en cum­pli­mien­to de una con­sig­na, no en razón de una per­sis­ten­cia vo­lun­ta­ria.)

Pero antes de pro­yec­tar­se como per­ma­nen­te, la cir­cuns­tan­cia es du­do­sa. El Sar­gen­to Gar­cía cree que “están los hom­bres de­bi­da­men­te ocul­tos”, pero no lo sabe: “Los he bus­ca­do, pero no los he po­di­do ver”. La misma im­po­si­bi­li­dad tes­ti­mo­nial que acá le im­pi­de al­can­zar la cer­te­za es re­pe­ti­da por el Sar­gen­to, luego de caer en la in­con­gruen­cia pre­ten­di­da, como prue­ba or­gu­llo­sa de lo bien es­con­di­dos que están sus subor­di­na­dos: “Con mis pro­pios ojos no los he po­di­do ver”.
Una si­nes­te­sia le per­mi­ti­ría al Cabo Reyes ver un ruido.*


“The Eagle lea­ves the nest”, epi­so­dio 37, tem­po­ra­da 1
Pero no hay modo de ver a un es­con­di­do (sin que deje de es­tar­lo para quien lo ve). Se trata de un des­pro­pó­si­to si­mi­lar al de se­ña­lar un rin­cón os­cu­ro con el haz de luz de una lin­ter­na. Acá no es po­si­ble ver para creer; hay que creer o re­ven­tar. Un es­con­di­te exi­to­so no se dis­tin­gue de uno me­ra­men­te inexis­ten­te. (Un chis­te que me hi­cie­ron de chico fue mos­trar­me un di­bu­jo de un árbol y pre­gun­tar­me qué había ahí. Cuan­do con­tes­té que un árbol, me di­je­ron que no, que había un árbol y un perro. Volví a mirar el di­bu­jo, pre­gun­té ¿Dónde está el perro? y me res­pon­die­ron De­trás del árbol.)

Es­con­der algo o es­con­der­se uno (ocul­tán­do­se como un em­bos­ca­do o mi­me­ti­zán­do­se como un pulpo o una sepia) es hacer creer que no hay lo que hay. De la misma creen­cia sufre el ig­no­ra­do, aquel con quien nadie in­ter­ac­túa, el que ve a quie­nes le hacen creer que no está ahí o que no exis­te (en con­tra de lo que le hace creer su “Veo; luego, exis­to”).

Caso 6

Hay 2 comentarios:

Adivinanzas
1 1 de junio de 2010, 1:09

Dejame decirte que tenes un interesante blog , pasare más seguido.

saludos.