Voracidades absolutas


Voracidades absolutas



1.

El pozo


Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcer­ta­do, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconder­se de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia adentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

Raúl Brasca, Las aguas madres, Sudamericana, Buenos Aires, 1994.

2.

La voracidad absoluta del pozo la tiene un vórtice en la apertura de "La Casita del Horror XVI":



3.

              Fue el silencio un pozo
              que tragué vaciándome.
              Cuando acabé de tragarlo
              el pozo estaba lleno
              y yo era su fondo vacío,
              infinito,
              por donde comencé a caer
              ahogando un grito.

              Sin título, el Zambullista.
              Del poemarío Cuerpos de espera.