Entusiasmos III (La forma de una zambullida)



Voy a ha­blar del club de las cosas que tie­nen la forma que tiene una zam­bu­lli­da. Ade­más de su me­ta­fo­ri­za­do, el en­tu­sias­mo, ten­drán su mem­bre­sía una in­tro­duc­to­ria caña coligüe y la op­ción vital que sus lla­mas me­ta­fo­ri­zan; un es­ti­lo de es­cri­tu­ra; un dicho afín; al­gu­nos dis­po­si­ti­vos de cir­cu­la­ción; y una clase de co­li­sio­nes cós­mi­cas.

1. Una in­tro­duc­to­ria caña coligüe...


En el lago Hue­chu­laf­quen apren­dí la di­fe­ren­cia ser­vi­cial entre dos cla­ses de leña: la caña coligüe da una llama fuer­te por un tiem­po breve, lo que era pre­fe­ri­ble en coc­cio­nes rá­pi­das, como la de una po­len­ta ins­tan­tá­nea, o agua para el mate; las ramas de coihue, en cam­bio, tie­nen una llama baja pero duran más, lo que era pre­fe­ri­ble en coc­cio­nes len­tas o mo­de­ra­das, como la de un guiso.

2. Un es­ti­lo de es­cri­tu­ra y un dicho afín

La pro­por­ción entre la in­ten­si­dad y la bre­ve­dad de estos ar­do­res re­cuer­da la de ese ideal de es­ti­lo de decir mucho con poco. Es­cri­be Vik­tor Sh­klovs­ki, en “El arte como ar­ti­fi­cio”:
«La ley de la eco­no­mía de las fuer­zas crea­do­ras per­te­ne­ce tam­bién al grupo de leyes ad­mi­ti­das uni­ver­sal­men­te. Spen­cer es­cri­bía: “En la base de todas las re­glas que de­ter­mi­nan la elec­ción y el em­pleo de las pa­la­bras en­con­tra­mos la misma exi­gen­cia pri­mor­dial: la eco­no­mía de la aten­ción... Con­du­cir el es­pí­ri­tu hacia la no­ción desea­da por la vía más fácil es, a me­nu­do, el fin único, y siem­pre el fin prin­ci­pal. . .” (Fi­lo­so­fía del es­ti­lo). [...] El prin­ci­pio de eco­no­mía de las fuer­zas crea­do­ras, que en el exa­men del ritmo es par­ti­cu­lar­men­te cau­ti­van­te, está re­co­no­ci­do igual­men­te por A. Ve­se­lovs­ki, quien pro­lon­ga el pen­sa­mien­to de Spen­cer: “el mé­ri­to del es­ti­lo con­sis­te en ubi­car el má­xi­mo de pen­sa­mien­to en un mí­ni­mo de pa­la­bras”.»

Otra so­cie­dad de in­ten­si­dad y bre­ve­dad la en­con­tra­mos en el dicho “Bueno y breve, dos veces bueno”, que elo­gia lo mismo que Spen­cer y Ve­se­lovs­ki. Pero mien­tras el dicho dice que cuan­to más breve lo bueno, mejor, el es­ti­lo nu­mis­má­ti­co ata la lon­gi­tud a la in­ten­si­dad: cuan­to más se gasta por vez, menos se dura. La ley eco­nó­mi­ca es me­ta­bó­li­ca; cita Sh­klovs­ki:
«“Si el alma po­se­ye­ra fuer­zas inago­ta­bles, le sería se­gu­ra­men­te in­di­fe­ren­te gas­tar mucho o poco de esta fuen­te; sólo ten­dría im­por­tan­cia el tiem­po que se pier­de. Pero como estas fuer­zas son li­mi­ta­das, cabe pen­sar que el alma trata de rea­li­zar el pro­ce­so de per­cep­ción lo más ra­cio­nal­men­te po­si­ble, es decir, con el menor gasto de es­fuer­zo o, lo que es equi­va­len­te, con el má­xi­mo re­sul­ta­do” (R. Ave­na­rius).»

1.1 ...y la op­ción vital que sus lla­mas me­ta­fo­ri­zan

Cual­quier ad­mi­nis­tra­ción de ener­gías li­mi­ta­das es una va­rian­te de la pro­por­ción mucho y breve. Si fue­ran ili­mi­ta­das, po­drían abas­te­cer la pro­lon­ga­ción, in­clu­so in­de­fi­ni­da, de esa in­ten­si­dad. No sién­do­lo, son usa­das en la di­rec­ción con­tra­ria: se las re­gu­la, aho­rra, ne­go­cia, re­ga­tea, mien­tras se acor­ta su du­ra­ción cuan­to más alto sea su gasto. La es­tra­te­gia para si­mu­lar la com­bi­na­ción de estas vir­tu­des mu­tua­men­te ex­clu­yen­tes es re­em­pla­zar una pro­lon­ga­ción cos­to­sa por una re­cu­rren­cia de in­ten­si­da­des tan altas como bre­ves, que a un buen ritmo da una buena ilu­sión ci­né­ti­ca, la de una con­ti­nui­dad ne­ce­si­ta­da.
Ne­ce­si­ta­mos de esa ilu­sión por­que en nues­tra no­ción de iden­ti­dad lo que hay es una uni­dad –si lo sabe, la de un yo– que se pro­lon­ga, que dura lo más que puede. (Una iden­ti­dad ins­tan­tá­nea es una con­tra­dic­ción en los tér­mi­nos; algo, si­quie­ra mí­ni­mo, debe pro­lon­gar­se: cuán­to, varía según cómo ad­mi­nis­tre esa alma las ener­gías li­mi­ta­das de que dis­po­ne.)

Las ex­pe­rien­cias tie­nen la li­mi­ta­ción que im­po­ne ese acor­ta­mien­to de la exis­ten­cia aso­cia­do al in­cre­men­to de su in­ten­si­dad. En una vida al lí­mi­te rige la pre­fe­ren­cia por con­su­mir­se rá­pi­do bri­llan­do mucho, a lo caña coligüe pero mejor co­no­ci­do como “re­vien­te”. Para fines alec­cio­na­do­res y dis­ci­pli­na­rios, ese con­su­mir­se rá­pi­do es pre­sen­ta­do como un cas­ti­go al de­rro­che (el de un de­sen­freno, el de un ex­ce­so des­con­tro­la­do que des­or­de­na y pone en pe­li­gro al des­me­su­ra­do).
Re­dun­do: ahí es donde per­tur­ba la pre­fe­ren­cia y op­ción por re­nun­ciar a una por­ción ra­zo­na­ble de du­ra­ción a cam­bio de una dosis casi en­lo­que­ce­do­ra de sa­tis­fac­ción, de­ma­sia­da para me­ta­bo­li­zar­la a tiem­po, como en una suer­te de atra­cón emo­cio­nal (si­mi­lar al que lanza na­ve­gan­tes –a ex­cep­ción del tram­po­so Uli­ses– al en­cuen­tro de las si­re­nas que se hacen oír).
Equi­va­len­te a la in­ten­si­dad de un in­di­vi­duo es la com­ple­ji­dad de una es­pe­cie: las dos acor­tan la du­ra­ción en la Tie­rra. En re­la­ción con la se­gun­da, cito de nuevo a Bill Bry­son:*
...y sin que haya que hacer click para ex­pan­dir un texto ocul­to, como en "Sen­ti­do, des­tino y tiem­po", que es pos­te­rior (24.8.13) a este en­sa­yo (15.8.11), pero no a este pá­rra­fo, agre­ga­do hoy 17 de enero de 2017.

«Las es­pe­cies, por mucho que se es­fuer­cen en or­ga­ni­zar­se y per­vi­vir, se de­sin­te­gran y mue­ren con no­ta­ble re­gu­la­ri­dad. Y cuan­to mayor es su com­ple­ji­dad, más de­pri­sa pa­re­cen ex­tin­guir­se. Qui­zás ésta sea una de las ra­zo­nes de que una parte tan gran­de de la vida no sea de­ma­sia­do am­bi­cio­sa.»

Bill Bry­son, Una breve his­to­ria de casi todo (Del Nuevo Ex­tre­mo, Bue­nos Aires, 2007; Ca­pí­tu­lo 22, “Adiós a todo eso”, pág. 401).
En el Árbol de la Vida, la com­ple­ji­dad alta es mi­no­ri­ta­ria. En una de sus mu­chí­si­mas ramas, lo es la in­ten­si­dad alta. O sea, la op­ción de durar más aun­que se arda menos es frac­tal­men­te ma­yo­ri­ta­ria: en el uni­ver­so de las es­pe­cies y en el uni­ver­so de los in­di­vi­duos de una de esas es­pe­cies.

3. Al­gu­nos dis­po­si­ti­vos de cir­cu­la­ción



La com­bi­na­ción de un poco de algo con mucho de otra cosa puede ser usada para efec­tos muy di­fe­ren­tes, in­clu­so opues­tos. Fren­te a una bo­le­te­ría de cine o una ven­ta­ni­lla de banco, la fila de ab­so­lu­to zig­za­gueo ma­xi­mi­za el apro­ve­cha­mien­to de los me­tros cua­dra­dos dis­po­ni­bles (visto así, es mucho lo que des­per­di­cia a los cos­ta­dos una fila recta, salvo en un pa­si­llo). Pero una fila in­tes­ti­nal que es buena para flu­jos len­tos como estos no lo es para otros más ve­lo­ces, por­que los es­pe­sa; por ejem­plo, no es buena para subir­se a un tren en hora pico. Pero ese es­pe­sa­mien­to puede ser el efec­to bus­ca­do: ante un paso a nivel, el co­rra­li­to de pea­to­nes es re­la­ti­va­men­te igual de vuel­te­ro pero para ami­no­rar un ím­pe­tu iner­cial de­mo­ran­do la ac­ción, para ha­cer­la cons­cien­te (desau­to­ma­ti­zar­la, diría tam­bién Sh­klovs­ki).

4. Una clase de co­li­sio­nes cós­mi­cas



“Apo­ca­lip­sis cós­mi­co”, de la serie El uni­ver­so

He aquí una zam­bu­lli­da a es­ca­la cós­mi­ca. O más bien al revés: un cho­que en el Cos­mos es asi­mi­la­do a la breve zam­bu­lli­da de una roca y su on­du­la­ción re­sul­tan­te, de si­mi­lar ex­pan­sión y muy di­fe­ren­te du­ra­ción. La com­pa­ra­ción viene a decir que, en tér­mi­nos re­la­ti­vos a su es­ca­la, el even­to hi­per­ener­gé­ti­co de una co­li­sión entre dos agu­je­ros ne­gros (aun sien­do la in­vi­si­ble pri­me­ra ac­ción con­si­de­ra­ble en la as­tro­nó­mi­ca Era del Agu­je­ro Negro) es breve: pese a (o en razón de) tanto gasto, a la corta se di­si­pa como des­a­pa­re­cen los su­je­tos del even­to zam­bu­llis­ta (allá, una roca; acá, una rana) des­pués de pro­du­cir una “pe­que­ña tur­bu­len­cia” (acá), o sea, des­pués de cau­sar “mucha ac­ción por un corto pe­río­do de tiem­po” (allá). Para tra­du­cir la in­ten­si­dad de la co­li­sión cós­mi­ca, el ta­ma­ño de la roca apor­ta vehe­men­cia al im­pac­to con el agua (allá); por su parte, la apli­ca­ción in­ten­si­va de ener­gía es acá el ata­que de en­tu­sias­mo ro­dea­do de una cié­na­ga in­fi­ni­ta.

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