Verdades inverosímiles



1.*
Para mayor ve­ro­si­mi­li­tud, ima­gi­ne­mos que lo que sigue es una tra­duc­ción al cas­te­llano rio­pla­ten­se que se habla en la pri­me­ra dé­ca­da del siglo XXI.


Ima­gi­ne­mos unos ar­queó­lo­gos que andan ex­ca­van­do por ahí y de pron­to des­cu­bren las rui­nas de una ur­ba­ni­za­ción de casas bajas de hace miles de años. El ha­llaz­go se trans­mi­te en di­rec­to. El morbo con lo an­ces­tral está ávido de de­ta­lles, de que em­pie­ce el flujo de datos que re­lle­na­rá y ra­mi­fi­ca­rá la his­to­ria. Los ar­queó­lo­gos no pue­den pre­ten­der que se los es­pe­re hasta que ter­mi­nen el es­tu­dio del ya­ci­mien­to. Tie­nen que li­be­rar in­for­mes sobre esa ci­vi­li­za­ción re­mo­ta como un mé­di­co par­tes sobre la salud en pe­li­gro de algún no­ta­ble que tiene de pa­cien­te (con la di­fe­ren­cia de que en este caso puede haber sólo una si­tua­ción cam­bian­te y en el otro lo cam­bian­te es el co­no­ci­mien­to de la si­tua­ción que van te­nien­do los ar­queó­lo­gos).
Lo pri­me­ro que in­for­man es que en el lugar hay una alta con­cen­tra­ción de al­ta­res y es­ta­tui­llas re­li­gio­sas. Aun con el temor y la vergüenza de pa­re­cer ob­vios, los ar­queó­lo­gos co­men­tan el dato con­clu­yen­do que había una alta re­li­gio­si­dad entre aque­llos ha­bi­tan­tes. “No hay que ser ar­queó­lo­go para lle­gar a esa con­clu­sión”, pien­san mu­chos y a al­guno se lo es­cu­chan decir. “Dí­gan­me algo que no sepa o que pueda poner en duda”, com­ple­ta­rá algún otro y le­van­ta­rá otra ola de iden­ti­fi­ca­ción.
Ade­más (o como parte) de esa ob­vie­dad, la con­clu­sión se mues­tra re­sis­ten­te a cier­tas im­pre­ci­sio­nes con que la apo­yan al­gu­nos in­ter­me­dia­rios o ana­li­za­do­res de la in­for­ma­ción. Así, por ejem­plo, la atri­bu­ción de re­li­gio­si­dad, lejos de re­trac­tar­se o ate­nuar­se, se con­ser­va igual con la acla­ra­ción opor­tu­na de que los ob­je­tos de culto en cues­tión no es­ta­ban den­tro de las mo­ra­das, donde había otros di­fe­ren­tes; es­ta­ban em­pla­za­dos fuera, ge­ne­ral­men­te en es­qui­nas de lo que deben haber sido cua­dras, es decir, en zonas de cir­cu­la­ción pú­bli­ca. Su­pon­ga­mos que la de­vas­ta­ción de los años trans­cu­rri­dos no per­mi­te ave­ri­guar mucho más.
Ahora ima­gi­ne­mos que unos me­tros más abajo des­en­tie­rran una cáp­su­la del tiem­po, de asom­bro­sa antigüedad. Aden­tro en­cuen­tran una in­for­ma­ción de la época:



2.

El se­gun­do ha­llaz­go vino a mos­trar que la re­li­gio­si­dad ex­pli­ca­ba a los al­ta­res, no al revés. Fue­ron em­pla­za­dos con un fin hi­gié­ni­co, no re­li­gio­so, aun­que pre­ci­sa­men­te en razón de una re­li­gio­si­dad que in­cluía entre sus re­glas la de no tirar ba­su­ra al­re­de­dor de sus sím­bo­los e íco­nos. Con mucho de chan­ta­je moral y prag­ma­tis­mo sa­crí­le­go, “ve­ci­nos” y au­to­ri­da­des ape­la­ron a la regla re­li­gio­sa ante el fra­ca­so en hacer cum­plir la regla civil que tenía el mismo efec­to de zona libre de ba­su­ra.
Si la de­vas­ta­ción igua­la­do­ra de los años no les hu­bie­ra im­pe­di­do dis­cer­nir entre la pul­cri­tud de esas es­qui­nas y el pe­que­ño ba­su­ral en que se ha­bían con­ver­ti­do otras, in­clu­so cer­ca­nas, los ar­queó­lo­gos ha­brían po­di­do (tanto que ha­brían de­bi­do) in­ter­pre­tar en esa dis­tri­bu­ción el apro­ve­cha­mien­to efi­caz de una re­li­gio­si­dad, que es algo dis­tin­to de la ca­na­li­za­ción re­li­gio­sa de em­pla­zar una es­ta­tui­lla ve­ne­ra­ble.
Pero sin evi­den­cias ni in­di­cios de la di­fe­ren­cia hi­gié­ni­ca entre es­qui­nas (o entre dos mo­men­tos o es­tra­tos de una misma es­qui­na), hacer esa dis­tin­ción entre la ma­ni­fes­ta­ción y el uso de lo ma­ni­fes­ta­do ha­bría sido pu­ra­men­te con­je­tu­ral, y su acier­to una ca­sua­li­dad ines­pe­ra­da. En esas con­di­cio­nes, la carga de la prue­ba la tiene el que afir­ma que ahí hay un uso de la re­li­gio­si­dad en vez de una mera ma­ni­fes­ta­ción. No es im­po­si­ble que sea cier­to, pero es una ex­pli­ca­ción con el de­mé­ri­to de ser la menos sim­ple, diría el mi­le­na­rio bar­be­ro Ockham; se vería como una in­fe­ren­cia re­bus­ca­da (y cuan­to más, menos ve­ro­sí­mil), hecha con más sus­pi­ca­cia y ganas que sa­ga­ci­dad.
En igual­dad de peso de ra­zo­nes, lo más sim­ple es ima­gi­nar­le a lo que fue­ron esas rui­nas fun­cio­nes sim­ple­men­te re­li­gio­sas, sin otra vuel­ta de tuer­ca. No ha­bien­do ili­mi­ta­dos re­cur­sos, apli­car mu­chos para hacer esa vuel­ta adi­cio­nal es un gasto es­pe­cial que de­be­ría jus­ti­fi­car­se con algún in­di­cio o pre­sun­ción. La evi­den­cia, en nues­tro caso, re­cién llega con el se­gun­do ha­llaz­go; antes, ni si­quie­ra hay por qué creer que exis­te. Es como si al­guien afir­ma­ra que los epi­so­dios de “The Itchy & Scrat­chy show” que había en la cáp­su­la des­en­te­rra­da en reali­dad for­ma­ban parte de algo mayor, in­ter­ca­la­dos con los epi­so­dios de otra serie o in­crus­ta­dos en al­gu­na (por ejem­plo, en pan­ta­llas que miran per­so­nas de carne y hueso, u otros di­bu­jos ani­ma­dos). Y se puede ir to­da­vía más lejos: si con­je­tu­ra­mos una in­ser­ción no ha­bien­do nin­gún in­di­cio, ¿por qué no con­je­tu­ra­mos una más, y otra? Si es por no ser im­po­si­bles, lo cum­plen.

3.

Puede re­sul­tar­nos más ad­mi­ra­ble y re­crea­ti­vo acer­tar con una in­ve­ro­si­mi­li­tud alta que acer­tar con una in­ter­pre­ta­ción muy ve­ro­sí­mil. Pero más allá de nues­tros gus­tos, la ecua­ción ener­gé­ti­ca más efi­cien­te aho­rra dis­cer­ni­mien­to sin re­sig­nar una tasa acep­ta­ble de acier­tos. Si no ad­ver­ti­mos que sea ne­ce­sa­rio, no dis­cri­mi­na­mos entre lo ve­ro­sí­mil y lo ver­da­de­ro: si lo vemos ve­ro­sí­mil, apos­ta­mos a que tam­bién es cier­to. Rara vez pa­ga­mos esa con­fian­za con un error (como les pasó a los ar­queó­lo­gos, antes de am­pliar su uni­ver­so de datos con los que apor­tó la cáp­su­la de tiem­po). Será un ar­gu­men­to inexac­to, in­clu­so falaz, y puede fa­llar; pero más fuer­te es el hecho de que es útil la ma­yo­ría de las veces.
La ob­vie­dad bur­la­da deja ver cuá­les son las dis­tin­cio­nes que ex­cep­cio­nal­men­te vale la pena hacer. En re­la­ción con el re­sul­ta­do de un ar­gu­men­to, in­clu­so lo in­ve­ro­sí­mil puede ser ver­da­de­ro. En re­la­ción con el ar­gu­men­to mismo, el punto de la re­li­gio­si­dad puede o no ser cier­to in­de­pen­dien­te­men­te de que sea o no vá­li­do, es decir, de que se haya lle­ga­do a él le­gí­ti­ma­men­te o no, de que sea una in­fe­ren­cia co­rrec­ta ade­más de ati­na­da.

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