Dejar de ser







1.

Hay necesariedades que son relativas al reglamento de un juego. En el de un torneo de tenis, por ejemplo, hay un evento que viene (o al que vamos) inexorablemente: necesariamente va a haber un argentino en la final si hay dos en una de las semifinales. (La fuerza de esa única posibilidad equivale, en una rifa, a la que tiene la necesidad de ganar lo rifado si se poseen todos los números.) Pero ninguna razón tiene la fuerza suficiente como para transmutar un evento localmente posible en uno necesariamente necesario (o sea, en una necesidad absoluta: relativa a cualquier reglamento –por vez– y a todos –a la vez–).
Basta que algo tenga sentido para que sea posible (en la Biblioteca de Babel, “basta que un libro sea posible para que exista”; si además tiene sentido es otro problema). De ahí en más hay contingencias, cuya medida de previsibilidad es la probabilidad. A las mayores las confundimos con (las equiparamos a) necesidades; a las menores, con imposibilidades. Pero todos los sucesos son contingentes: podrían no haber ocurrido. Aun si no supiéramos si tal o cual cosa puede o podría llegar a ocurrir, todavía sabríamos que todo lo que ha ocurrido podría no haber ocurrido, por mucho mérito que haya tenido para ocurrir.
Entre todas las posibilidades está la de no ser una posibilidad, o sea, la de ser la negación de todas las otras (y de sí, si es una posibilidad... pero salteemos ese enredo dialéctico –o quizá lógico). De ahí que toda posibilidad pueda no ser (sea contingente), y que cuando es –cuando se concreta– participe de un camino finito, un camino que lleva a un dejar de ser (sea o no un transformarse en otra cosa, si nada se pierde y un dejar de ser es un tipo especial de cambio, el último que cualquier algo puede tener). Se sabe:



El algo de un dejar de ser es una identidad (sea esto lo que fuere, pero con el doble requisito satisfecho de su continuidad en el tiempo y de su existencia superior a instantánea e inferior a eterna).

2.

Para empezar, listemos algunos dejar de ser que conocemos. Hay cosas que se descomponen, otras que se derriten, otras que se evaporan, otras que se disuelven, otras que se apagan, otras que se desintegran, otras que se desvanecen, etc. Ahora concentrémonos en las velocidades de estos cambios.
Entre el momento en que lo damos por muerto y la descomposición de su cadáver, cuando ya no queda rastro visible suyo, cualquier organismo vivo se toma su tiempo para dejar de ser (o, si se prefiere, para repartir de nuevo en el universo –o en su pequeña porción de materia visible– todos los átomos que aún lo componían). En un artificio, la visión acelerada de esa lentitud nos maravilla, nos impresiona. En otros, embalsamar o dibujar un canario son negaciones –simbólicas– de ese dejar de ser o de su anticipo, la ausencia (un dejar de estar); es decir, son reproducciones, evocadores poderosos, artilugios ilusionistas. A su vez, dibujar un canario embalsamado o escanear el dibujo son reproducciones de reproducciones, una abundancia imbricada de signos sobre la ausencia de lo que dejó de ser y también o sólo de estar.

3.

Otras cooperaciones químicas son más breves para dejar de ser, verdaderamente rápidas: las pompas de jabón y las burbujas de la espuma de mar, por ejemplo, entre otras cosas que se desvanecen. No se trata, esta vez, de que sean efímeras o inconstantes, como en las comparaciones que las usan de modelo a escala de una existencia humana; lo que importa es que dejan de ser sin demora, con mucha mayor velocidad que nosotros, las cosas que se nos parecen o las que acostumbramos tratar sin maravilla. Esa distancia nos es misteriosa; alimenta nuestro asombro al punto de hacerlo resistente a la repetición, como el de los chicos.
Si entre nuestros magos el truco es hacer desaparecer, entre las pompas de jabón y las burbujas de mar el truco sería hacer languidecer, como lo es el de pasar su desvanecimiento cuasi instantáneo –por no decir estallido– en cámara lenta. (El proceso se nos desnaturaliza y también él se transforma: en vez de un desvanecerse vemos un desgarramiento.)

4.

Nuestra percepción o comprensión de la velocidad de la representación de un evento depende de nuestro conocimiento del evento y de su velocidad. De ahí que en vez de creer que hay balazos lentos comprendemos que los pasan en cámara lenta. Pero si no lográramos identificar que son balazos o cualquier otra cosa, si no tuviéramos ningún conocimiento del proceso que se desarrolla en la película, no podríamos liberarnos de la duda de si estamos viendo un proceso lento en cámara rápida, un proceso rápido en cámara lenta o un proceso a su velocidad natural (que es la referencia para aceleraciones y lentitudes). En la equidistancia paralizante de esa duda, el artificio sería indetectable: sería indiscernible de aquello sobre lo que actúa.

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