Situaciones



1.

X salió de ur­gen­cia por un dolor de mue­las que le punza el ce­re­bro en rá­fa­gas cada vez más lar­gas o len­tas. Ahora está en la calle pre­pa­rán­do­se para tomar un taxi. Z salió para cum­plir con el paseo noc­turno de su perro. El ta­xis­ta ve la mano ex­ten­di­da de X a unos 15 me­tros, pero en­se­gui­da ve tam­bién que W está eva­luan­do entre asal­tar a Z o asal­tar a X, si es que no están arre­gla­dos los tres. El ta­xis­ta vuel­ve a ace­le­rar y sigue de largo. El resto será tan breve que lo verá por su es­pe­jo re­tro­vi­sor.
Ro­bán­do­le a Z, para W esa noche val­dría como las de los pró­xi­mos 2 ó 3 meses. X, en cam­bio, sería una de sus no­ches nor­ma­les, que son más bien po­bres. El perro de Z es un rott­wei­ler, y W no salió tan pre­pa­ra­do. Para X le sobra: ya viene do­lo­ri­do y ge­ne­ro­sa­men­te con­cen­tra­do en su dolor. Ob­via­men­te, la am­bi­ción le pre­sen­ta a W ar­gu­men­tos y es­ti­ma­cio­nes op­ti­mis­tas a favor de arries­gar­se con Z. Y para el lado de X le tiran lo muy ac­ce­si­ble y por pri­me­ra vez el miedo a que­dar­se sin nada (que siem­pre es la otra po­si­bi­li­dad, pero de la que W viene in­vic­to, a pesar de sus pe­nu­rias).
W, que está ur­gi­do de ac­tuar por­que la es­ce­na no lo es­pe­ra, zafa de la pa­rá­li­sis de la duda ni bien cae en la cuen­ta –aun­que no lle­gue a la­men­tar­lo– de que 7 años atrás no lo ha­bría du­da­do y ya es­ta­ría sobre Z. Pero ahora X es des­via­do de su ur­gen­cia, que se com­pli­ca. (No re­cor­da­rá X un día de peor suer­te, de la que in­fie­re con be­né­vo­la su­pers­ti­ción un su­ce­sor fa­vo­re­ci­do.) Como agra­van­te, en la iner­cia W apli­ca con él toda la ener­gía que cal­cu­ló apli­car con Z, como si un deseo mal re­nun­cia­do lo con­fun­die­ra o ilu­sio­na­ra.

2.

¿Cuál es el re­ver­so de una des­gra­cia re­car­ga­da, el otro ex­tre­mo de la suer­te? En un am­bien­te des­fa­vo­ra­ble, como es una ex­pe­rien­cia de robo, la suer­te que X tuvo en su con­tra Ni­co­lás la tuvo a su favor; le al­can­zó para cam­biar un trau­ma se­gu­ro por un de­sen­can­to sú­bi­to e in­de­sea­do.
Como la si­tua­ción no es in­ten­to de robo, sino robo, no tiene sen­ti­do es­pe­rar que Ni­co­lás la haya evi­ta­do, aun cuan­do es lo mejor que nos po­dría pasar para no su­frir. Lo que Ni­co­lás más la­men­tó del asal­to que su­frió du­ran­te un paseo por la Boca fue que vi­nie­ra a in­te­rrum­pir­le –como in­te­rrum­pe un des­per­tar– una as­cen­sión epi­fá­ni­ca que se es­ta­ba acer­can­do a su final, al mo­men­to de una re­ve­la­ción que es­ta­ba por bro­tar del diá­lo­go que venía man­te­nien­do con una per­cu­sio­nis­ta de su ad­mi­ra­ción, Robyn Schul­kowsky.
En­tre­ga­do a la in­mi­nen­cia de una apa­ri­ción, vol­ca­do sobre esa en­tre­ga, no llegó a in­tere­sar­se por su suer­te más que por la de esa ilu­mi­na­ción des­ba­ra­ta­da. La­men­tó que el clima se cor­ta­ra y que no hu­bie­ra modo de reanu­dar­lo –todo por culpa del la­drón– más que lo que pudo su­frir que le ro­ba­ran. No evitó el asal­to pero sí aque­llo por lo que más se lo teme, des­pués de una muer­te o una he­ri­da ab­sur­das, que es el trau­ma y la fobia que deja. Si el robo para él fue inopor­tuno y cor­ta­mam­bo, pero no trau­má­ti­co, fue por­que su­ce­dió du­ran­te el desa­pe­go de un en­tu­sias­mo opor­tuno e in­ten­so; esa in­mu­ni­za­ción habla de la in­ten­si­dad del en­tu­sias­mo in­te­rrum­pi­do. La en­vi­dia es doble.

No hay comentarios