Encuentros entre intensidades opuestas




1. En la peor de­bi­li­dad

En el dolor de alma más in­ten­so que pueda ima­gi­nar, se com­bi­nan el mayor deseo (de que algo su­ce­da o no su­ce­da) con la mayor im­po­ten­cia para sa­tis­fa­cer­lo. Por ejem­plo, nada deseo más que no ocu­rra, y ante nada soy más im­po­ten­te, que (ante) el des­ena­mo­ra­mien­to y la par­ti­da de la mujer que amo (para no ha­blar de la muer­te inopor­tu­na, la suya o la de cual­quier ser que­ri­do). Se con­fa­bu­lan ahí la mí­ni­ma dis­po­ni­bi­li­dad de poder con su má­xi­ma ne­ce­si­dad. Cuan­do se da el caso, el re­sul­ta­do es la peor in­fe­li­ci­dad.

2. En el tiem­po sub­je­ti­vo

A una fe­li­ci­dad in­ten­sa siem­pre le falta tiem­po; todo ritmo le re­sul­ta ace­le­ra­do: su deseo es la de­ten­ción del paso del tiem­po, la eter­ni­za­ción (el deseo de eter­ni­dad es un deseo de fe­li­ci­dad o no es deseo —a no ser que tenga sen­ti­do desear ser in­fe­liz). El feliz quie­re ser más lento que el tiem­po.
A una tris­te­za in­ten­sa le sobra el tiem­po que dura; todo ritmo le re­sul­ta lento, mo­ro­so. El deseo del que sufre es li­be­rar­se del tiem­po, ser más veloz que él.
Ahora sub­je­ti­vo, el tiem­po es —otra vez— como la co­rrien­te de un río, cuya fuer­za de arras­tre an­he­la­mos o te­me­mos; estas ex­pec­ta­ti­vas de­ci­den nues­tros de­seos de cam­bio, junto con las in­ten­si­da­des que los des­pier­tan. In­ten­sa­men­te tris­te, deseo que el tiem­po pase rá­pi­do, en la es­pe­ran­za de que se lleve con­si­go mi tris­te­za. In­ten­sa­men­te feliz, deseo que el tiem­po pase lento (o no pase), en el temor de que se lleve con­si­go mi fe­li­ci­dad.

Hay 1 comentario:

Ald*
1 10 de febrero de 2009, 20:21

Muy bueno.
A lo último, desearía que la felicidad robara tiempo.