De falacias y temores



      «Comprenderá usted ahora lo que quiero decir cuando sostengo que si la carta robada hubiese estado escondida en cualquier parte dentro de los límites de la perquisición del prefecto (en otras palabras, si el principio rector de su ocultamiento hubiera estado comprendido dentro de los principios del prefecto) hubiera sido descubierta sin la más mínima duda. Pero nuestro funcionario ha sido mistificado por completo, y la remota fuente de su derrota yace en su suposición de que el ministro es un loco porque ha logrado renombre como poeta. Todos los locos son poetas en el pensamiento del prefecto, de donde cabe considerarlo culpable de un non distributio medii por inferir de lo anterior que todos los poetas son locos.»

      De “La carta robada”, de Edgar Allan Poe (traducción de Julio Cortázar para Cuentos 1, Alianza Editorial, Madrid, 1986; pp. 526 y 527).

Cuando las fantasías populares lo desatendieron y el mundo subterráneo se despobló, los únicos invasores que quedaban para asolar la Tierra eran extraterrestres. Pero no “eran los extraterrestres”. Que todos los invasores sean extraterrestres no significa que todos los extraterrestres sean invasores.
Tal vez los extraterrestres le deben el terror que inspiran entre los humanos a esa falsa distribución del término medio (la tecnicidad del nombre primero abruma y después decepciona), o a la relajación de controles racionales que la falacia deja al descubierto. Pero en ningún caso a una visita desafortunada. Hagamos justicia: en casi todos los registros, a nuestros visitantes se los ve paseando con mucha discreción. Y si nos sinceramos un poco más, entre los nuestros hay quienes incluso niegan que ya haya habido alguna visita. Con más razón: mal podría una visita que nunca llegó perjudicar la fama de las que pueden venir.

Mejor sería discutir la dirección de ese vínculo entre la falacia y el temor.
Si creemos que la falacia hace posible al temor, nuestra pregunta será por qué a los humanos esa falacia no los disuade de aquel terror que sobre ella se para. Si la viciosa circularidad de la pregunta no fue suficiente, la respuesta puede limitarse a recordar que el temor no es disuadible porque no es racional; debe ser extraído, no refutado.
Si creemos que el temor hace posible a la falacia, nuestra pregunta será qué hace posible a ese temor que nos distrae tanto de la lógica. Una primera respuesta podría repetir aquello de que el temor es un lazo comunitario muy fuerte y eficaz. Es cierto que puede tener una fuerza de pánico centrípeta, que nos arrastra hacia el centro de la comunidad donde nos protegemos y protegemos a los nuestros, lejos de la amenaza exterior. Pero eso sólo responde a por qué o para qué se usa el temor, no a por qué el temor está ahí, incluso para ser usado. Pruebo entonces con una segunda respuesta.
Los estados emocionales pesan; los más pesados son los estados más infelices (el temor, entre ellos). La especie humana es la versión de la vida en la Tierra que desarrolló conciencia y emociones complejas en sus vínculos gregarios; los especímenes conocen su dimensión planetaria y se preguntan por sus vecinos. Pero están solos, y en cines y literaturas relatan sus temores encontrados de soledad y de invasión para aliviarse, para aligerar su carga.
También los combaten con dosis parejas de sus reversos, las fantasías de ideales de felicidad y perfección, de invulnerabilidad y poder. Pero esos son otros cines y otros libros.

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